Carmen Escribano Martínez
|
6 de abril de 2025
|
13
Visitas: 13
Estamos asistiendo a un momento histórico de mucha complejidad, en el que la mayoría de la gente no sabe muy bien a quién hacer caso ni qué hacer. Parece que el mundo, nuestro modo de vida, se tambalea bajo nuestros pies y no tenemos recursos para enfrentar la amenaza que nos inquieta. Es probable que muchos de nosotros nos hayamos pertrechado con más víveres de los que habitualmente guardamos en casa, con la esperanza de que esta reserva nos permita sobrevivir.
Sin ser ingenuos ni ignorantes, creo que no deberíamos dejarnos contagiar por el catastrofismo y el pesimismo imperantes, y deberíamos hacer lo que esté en nuestra mano para seguir construyendo un mundo más humano.
Traigo a la memoria y al corazón a mi buena madre, que desde niñas nos enseñaba a mis hermanas y a mí que nunca hagamos a nadie lo que no querríamos que nos hicieran a nosotras. Este principio sigue vigente, siempre vale, y es aplicable en todas las situaciones de la vida. Tratar a los demás como queremos ser tratados es, muchas veces, muy complicado. Desde que despertamos, se nos presenta la posibilidad de juzgar o no a los demás, o de condenarlos con nuestros juicios ligeros y dañinos. Echamos por tierra la dignidad de una persona con una facilidad pasmosa. Pero, ante el mismo error o falta cometida, para nosotros mismos exigimos benevolencia, porque siempre nuestras circunstancias justifican los hechos. El embudo siempre tiene la boca ancha hacia nuestro lado.
En el Evangelio, Jesús muestra siempre la misericordia de Dios, del Padre amoroso que siempre nos tiende la mano para rehabilitarnos, sin condenar y dándonos otra oportunidad. Dios siempre nos hace enfocar la realidad desde el amor, que lleva a la ternura, la compasión y la misericordia. Me gusta el relato que dice que todos estamos unidos a Dios con un hilo: cuando cometemos una falta, rompemos ese hilo, y al arrepentirnos Dios hace un nudo con el hilo, quedando el hilo más corto que antes, pero nosotros más cerca de Dios. Así, con fallos y arrepentimientos, de nudo en nudo, nos vamos acercando a Dios.
El mejor kit de supervivencia es el amor, reflejo del Amor con mayúscula que es Dios, y que es lo único que nos salva.