Manuel de Diego Martín
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26 de junio de 2010
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Nací en un pequeño pueblo y fui bautizado en mi parroquia cuyo titular era S. Juan Bautista. Así pues S. Juan era nuestro santo patrón, aunque el fervor y la devoción del santo patronazgo se lo llevaba sobre todo nuestra patrona la Virgen de la Cueva. Además de velar por nuestro pueblo, el santo Patrón tenía la misión de dar a algún niño que nacía de padre desconocido su nombre en el registro civil. Recuerdo como si fuera ayer a una mujercita que decía llena de indignación “recoña”, qué culpa tiene S. Juan de que haya pingos en nuestro pueblo”. Bendita misión la este santo de servir de amparo para todos y para todo.
Hoy me toca vivir en la ciudad de Albacete cuyo patrón es S. Juan Bautista cuya fiesta hemos celebrado el jueves pasado. Quiero dedicarle a nuestro santo patrón esta reflexión.
Juan era primo de Jesús, y cuentan los evangelios de cómo siendo un pequeño embrión empezó a removerse y saltar de gozo ante la presencia de la Virgen María que ya llevaba en su seno a Jesús. El Señor dijo de él que era el hombre más grande de los nacidos de mujer. Algunos incluso llegaron a confundir a Jesús, cuando se manifestaba sorprendiendo en obras y palabras con el mismo Juan Bautista.
Juan fue un gran profeta para despertar la conciencia dormida de su pueblo, y hacer que las gentes volvieran al Dios de Israelí. Fue valiente para cantar las verdades, para denunciar los vicios y las hipocresías de su tiempo. Era tan fuerte y tan libre, tan cogido por el Espíritu de Dios, que fue capaz de decirle al mismo rey “no te es lícito vivir con la mujer de tu hermano”. Y esto le costó la cabeza.
Así pues S. Juan, como dice un himno en su fiesta, nos queda hoy como conciencia crítica “para fustigar vicios y cantar verdades”. Hoy que estamos sumidos en una crisis, una crisis económica que trae tanto sufrimiento, tenemos que reconocer que la misma es fruto de otra más profunda, es una crisis de valores. Hoy nos puede ayudar el Santo, si somos capaces de releer sus anuncios proféticos, para intentar curar nuestra sociedad enferma.
El Papa nos recuerda las tres enfermedades de muerte que nos rodean. El individualismo, el hedonismo y el relativismo moral. Juan Bautista es un antídoto para vencer estas enfermedades. Juan desde su gran austeridad, vivía en el desierto, comía pobremente y vestía más pobre aún, gritaba a la gente que tenían que salir de sí mismos, de sus privilegios, de sus individualidades, de sus vanos orgullos. Tampoco podían hacer cada uno de su capa un sayo, y de su vida lo que quisieran. Si no os convertís al Señor, les gritaba, vais a la ruina. Y añadía que en los comportamientos sociales hay una ley, una moral y una verdad. Del rey abajo, tampoco el mismo rey, puede hacer lo que le venga en gana. Que nuestro Santo Patrón nos ayude a encontrar caminos de verdad, de justicia y libertad.