Juan Iniesta Sáez

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2 de abril de 2022

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Del evangelio de este domingo, siempre me ha llamado la atención que los escribas y fariseos, los maestros de la ley, se apoyan en esa misma ley para condenar a la mujer adúltera. Es el extremismo religioso que, lejos del modo de ser y obrar de Dios, no pone en el centro a la persona (y especialmente a la persona caída, herida, «humillada» por su realidad débil y pecadora), sino que sitúan por encima de todo unas normas que, sin aquélla, sin el bien de la persona que pretenden proteger y promocionar, quedan vaciadas de contenido.

Tenemos que congratularnos de que hoy en día, en nuestra sociedad de raigambre cristiana, se haya desterrado (¡al menos!) este tipo de linchamiento, que por desgracia sabemos que se da aún en este siglo en otros rincones y culturas del mundo. Por otro lado, con humildad y dolor tenemos que confesar que otros linchamientos, quizás menos sangrantes e hirientes a los ojos, pero igualmente dolorosos para el corazón misericordioso de Dios, se dan en nuestro ámbito. El Papa denuncia constantemente el mal de la murmuración y la actitud criticona, tan instalada en el ser humano con su tendencia a juzgarlo todo desde prismas farisaicos, poniéndose en lugar de Dios (incluso para «aplicar su ley», como esos escribas del evangelio de hoy). Se lincha a quien no piensa igual que uno (y enseguida caemos en los calificativos más graves, como si no significaran nada, como si esos planteamientos no hubieran supuesto la muerte de millones de personas), se lincha a quien «no da la talla» en este mundo del aparentar, y todos nos hemos vuelto adolescentes, mendigos de la
aprobación de las redes sociales para saber que estamos en el buen camino (o lo que dicen que es el buen camino, a criterios de esta sociedad superficial). Se lincha a quien defiende, ¡qué osadía!, el respeto de toda vida humana, en cualquier momento y circunstancias de su existencia; o a quien reclama su derecho a una vivienda digna o un
trabajo estable ganados «con el sudor de su frente».

No quiero ser pesimista. Parecería que vamos a peor. En el pasaje de hoy, se lincha a una pecadora (¡como si eso fuera justificación!) pero hoy parecemos dispuestos a linchar tanto más al inocente, en cuanto surja la diferencia, la discrepancia o el desencuentro. Menos mal que seguimos en Cuaresma, tiempo de renacer, tiempo de volver a escuchar de labios de Cristo: «yo tampoco te condeno, anda y en adelante no peques más».

Juan Iniesta Sáez
Vicario Episcopal Zona La Sierra