Pedro López García
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11 de junio de 2022
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El evangelio de este domingo nos muestra la unidad que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y, a la vez, la personalidad propia de cada uno de ellos.
El misterio de la Santísima Trinidad es el centro y el corazón de la fe cristiana y, con el misterio de la encarnación, es lo original e inigualable del cristianismo con relación a todas las religiones de la humanidad.
En el acontecimiento pascual se ha desvelado plenamente el ser del Dios vivo de las Escrituras de Israel, del Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob: no sólo es el Creador del cielo y de la tierra; no sólo es el que interviene en la historia a favor de su pueblo para salvarlo; no sólo es el Dios que se revela con obras y palabras…, sino que, sobre todo, es el Dios uno y a la vez comunión de tres Personas divinas, misterio de amor y de vida en plenitud.
La vida, la muerte y la resurrección de Cristo Jesús, el Hijo Eterno hecho carne, nos ha revelado este misterio inimaginable: todo lo que tiene el Padre es también del Hijo, y esto lo recibirá el Espíritu que nos lo anunciará; el Padre y el Espíritu glorifican al Hijo, y éste, en su Pascua, glorifica al Padre y envía al Espíritu.
En el evangelio de esta solemnidad, Jesús llama al Espíritu, Espíritu de la verdad, y Él nos guiará a la verdad plena. La aspiración más alta del ser humano es buscar la verdad, y hemos de preguntarnos por ella en todas las realidades y problemáticas.
La verdad es sobre todo una Persona, Jesucristo, el Señor. Él nos ha manifestado la intimidad de Dios y del hombre, el sentido de la vida, el futuro de la historia y el camino de la madurez y la felicidad.
Ante el misterio santo de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, la liturgia se hace adoración y contemplación. Por medio de ella somos sumergidos en el ser del Dios trinitario, en la comunión de las tres Personas divinas, en el hogar de la unidad y de la paz: por el bautismo fuimos sumergidos en la Vida y nunca más estaremos fuera de ella; por la santa eucaristía somos unidos a la Vida y recreados en la comunión.
El Dios vivo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es la meta de la aventura humana, el premio que anhela el corazón, muchas veces sin saberlo. El objetivo de la vida es buscar el rostro de Dios y su meta llegar a contemplarlo.
Con esta certeza, con esta alegría y con este horizonte vivimos de una manera nueva: libres de toda atadura y de toda esclavitud de aquello que no es ni dios ni premio ni sentido; artífices de comunión en la iglesia y en la sociedad (donde la unidad no rompe la originalidad, ni la originalidad fractura la comunión); peregrinos hacia los cielos nuevos y la tierra nueva que no son otra cosa sino la comunión con el Dios tres veces santo. A Él la gloria y el honor, por los siglos de los siglos.
Pedro López García
Vicario Episcopal Levante