+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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4 de junio de 2022
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]ste domingo, 5 de junio, la Iglesia celebra la Solemnidad de Pentecostés, día en que se cumplió la promesa de Cristo a los apóstoles de que el Padre enviaría al Espíritu Santo para guiarlos en la misión evangelizadora.
Pentecostés es el quincuagésimo día (en griego, pentecoste hemera) después del Domingo de Pascua (en el calendario cristiano).
Este nombre se empezó a usar en el período tardío del Antiguo Testamento y fue heredado por los autores del Nuevo Testamento. Esta festividad tiene otros nombres: la fiesta de las semanas, la fiesta de la cosecha o el día de los primeros frutos, son algunos.
En el Nuevo Testamento representa el cumplimiento de la promesa de Cristo. Representa el cumplimiento de la promesa de Cristo al final del Evangelio de San Lucas: “Y les dijo: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto»” (Lc. 24:46-49).
El Espíritu Santo tiene diferentes símbolos en el Nuevo Testamento, el libro de los Hechos de los Apóstoles encontramos dos símbolos del Espíritu Santo y su actividad: el viento y el fuego.
El viento es un símbolo básico del Espíritu Santo; la palabra griega que significa “Espíritu” (Pneuma) también significa “viento” y “aliento”. Por eso entendemos la conexión entre el viento fuerte y el Espíritu Santo.
Existe una conexión entre las “lenguas” de fuego y el hablar en otras “lenguas”. La palabra “lengua” se utiliza para significar tanto una “llama (fuego)” como “lenguaje”. Las “lenguas como de fuego” que se distribuyen y se posan sobre los discípulos, provocan que empiecen a hablar milagrosamente en «otras lenguas» (es decir, los idiomas). Ese es el resultado de la acción del Espíritu Santo, representado por el fuego.
El Espíritu Santo es Dios. Según el Catecismo de la Iglesia Católica, el Espíritu Santo es la “Tercera Persona de la Santísima Trinidad”. Es decir, habiendo un sólo Dios, existen en Él tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta verdad ha sido revelada por Jesús en su Evangelio.
El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia hasta su consumación, pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. El Señor Jesús nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal.
Pentecostés significa participar de la vida divina de Cristo y ser testigos. La solemnidad de Pentecostés es una de las más importantes en el calendario de la Iglesia y contiene una rica profundidad de significado. De esta forma lo resumió Benedicto XVI: “Esta solemnidad nos hace recordar y revivir la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y los demás discípulos, reunidos en oración con la Virgen María en el Cenáculo (cf. Hch 2, 1-11). Jesús, después de resucitar y subir al cielo, envía a la Iglesia su Espíritu para que cada cristiano pueda participar en su misma vida divina y se convierta en su testigo en el mundo. El Espíritu Santo, irrumpiendo en la historia, derrota su aridez, abre los corazones a la esperanza, estimula y favorece en nosotros la maduración interior en la relación con Dios y con el prójimo”.
Que festejemos este día de Pentecostés, Día del Apostolado Seglar, con el corazón abierto a las mociones y dones del Espíritu Santo. Que la fiesta del Laicado en este día de Pentecostés nos empuje a la renovación de la Iglesia en este camino Sinodal, para que, con la fuerza y luz del Espíritu Santo, todos unidos sacerdotes, diáconos, vida consagrada y seglares hagamos la verdadera Iglesia de Jesucristo, abierta y al servicio de todos, para todos y con todos, pero sin olvidar la tradición, las enseñanzas, normas y leyes de los que nos han precedido (Doctrina de la Iglesia y Magisterio de los Papas), iluminados por la Palabra de Dios (Evangelio) y unidos con María, como los primeros discípulos, en oración.
Ángel Fernández Collado
Obispo de Albacete