+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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20 de septiembre de 2022
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1ª Catequesis PEJ22
Santiago de Compostela, 04 de agosto de 2022
Queridos jóvenes, muy queridos amigos/as: ¡Bienvenidos!
Esta primera catequesis se centra en el conocimiento y la presencia en nuestras vidas de la tercera persona de la Santísima Trinidad: el Espíritu Santo.
Es el Espíritu del Señor quien nos ha convocado para celebrar estos días y para caminar peregrinando. El Espíritu nos enseña a mirar a las personas y a los acontecimientos de una forma nueva: purificada, profunda y esencial. Podemos reconocer su presencia en nosotros mismos, en los demás, en la Historia, en la Creación y en la Iglesia. También el Espíritu Santo está presente en las dificultades, avivando nuestra esperanza. Éstas, más grandes o más pequeñas son una oportunidad para dar testimonio, siguiendo la vida de tantos cristianos que forman la Tradición viva de la Iglesia. El Espíritu nos lleva más allá de nosotros: de las imágenes que podamos tener sobre Dios, de vivir cerrados en nuestra intimidad, de vivir de forma individualista. Por eso es necesaria la oración, el discernimiento y el acompañamiento.
1.- Llegados a Santiago de Compostela, nos hemos encontrado con una plaza que nos abraza al llegar. La Plaza del Obradoiro.
En estos días de Camino, de peregrinación, cuando os instalabais en los sitios habilitados para el descanso y otros menesteres, escuchabais esta palabra: bienvenidos. Quiero volver a repetírosla, bienvenidos, porque es un bien el que hayáis venido. Un bien para vosotros, un bien para la Iglesia, para vuestras parroquias, ciudades y pueblos, y un bien para esta ciudad que nos acoge: Santiago de Compostela.
La Plaza del Obradoiro, que habéis pisado al llegar a Santiago, es lugar de muchos encuentros, y de muchas bienvenidas. Estos días, la Plaza es un bullir de juventud; en pocos lugares se puede ver lo que estamos contemplando: jóvenes celebrando su fe, su respuesta al Dios que nos ama, nos llama y nos reúne.
La Plaza del Obradoiro es un lugar donde muchos caminos se han encontrado, expresando la diversidad y la universalidad de nuestra Iglesia; también la universalidad de tantas búsquedas de respuestas, de plenitud y de sentido. Una Plaza universal, una Iglesia Universal, un abrazo universal es el que la Iglesia os da en Santiago de Compostela.
La Plaza del Obradoiro ha sido testigo a lo largo de los siglos de millones de encuentros, historias, lágrimas, y sonrisas. Encuentros con otros, con uno mismo y con Dios, bajo la guía del Apóstol Santiago. Ojalá que estos días que comenzamos sean una oportunidad para tener encuentros profundos y alegres, con Dios y entre nosotros. Encuentros que lleguen al corazón y nos transformen la vida; encuentros que contagien la alegría del Evangelio y el deseo de hacer de nuestro mundo un anticipo del banquete del Reino.
Estos días, con vuestra presencia y vivencias interiores, son expresión de que este mundo puede ser algo mejor. Vosotros, jóvenes, manifestáis el corazón lleno de vida que late en la Iglesia. Pido al Señor que en estos días os conceda vivir una intensa y profunda experiencia de fe y de Iglesia para poder compartirla con otros jóvenes y para comunicarla después y renovarla en vuestros lugares de origen. La Iglesia cuenta con vosotros para esta misión. Jesucristo y su Iglesia os necesitan. Vosotros sois la expresión de que el Espíritu Santo quiere renovar este mundo que nos ha tocado vivir. Vosotros, hoy y aquí, sois expresión de que el Espíritu Santo también quiere renovar su Iglesia. Gracias por vuestro amor a la Iglesia y vuestros buenos quehaceres como jóvenes en ella.
Muchos dicen que la Iglesia envejece, pero esa no es toda la verdad. En la Iglesia hay tallos secos, los hay robustos que dan fruto, los hay tiernos y los hay nuevos que brotan. La Iglesia de Dios está viva, crece, madura y renace siempre. Vosotros, queridos jóvenes, sois la mejor expresión del continuo renacimiento y transformación de la Iglesia, y los que somos un poco más mayores, damos gracias a Dios por vosotros; porque dais testimonio de la novedad permanente del Evangelio, del Espíritu y de la Iglesia, que expresan que Jesús, el Hijo amado del Padre, el Señor de la Vida y de la Historia, es contemporáneo nuestro. Está presente, vivo, vivificando a su Iglesia y a cada uno de sus miembros, a cada uno de nosotros; reuniéndonos en una gran familia, en la Iglesia que Él quiso, y ahora habita, sostiene y renueva.
El Apóstol Santiago, en estos días, ilumina nuestra respuesta de fe y y entrega al servicio y renovación de la Iglesia. Él, como nosotros y como tantos otros en la historia que nos precede, fue protagonista de momentos cruciales. Con él y otros cristianos la tarea misionera y evangelizadora comenzó a realizarse en España.
Recordad el episodio del llamado Concilio de Jerusalén (cf. Hch 15, 1-30). En él, Pedro, Pablo y Santiago, encontraron la luz del Espíritu, del Padre y del Hijo, que impulsó el caminar misionero de la primitiva Iglesia y sigue llevándonos a nosotros por sus caminos. Del mismo modo que ellos siguieron sus inspiraciones, hoy os pido, a vosotros, jóvenes, que nos os cerréis al Espíritu Santo. Dejaos llevar por Él, más allá de lo conocido, siempre en comunión con la Iglesia universal, nuestra madre y nuestro hogar.
Centremos nuestra atención en el Espíritu Santo. Espíritu Santo, aunque su presencia resulte discreta, es el gran protagonista de la vida de la Iglesia. Es Él, siguiendo el mandato del Hijo y del Padre, el que os ha convocado para vivir estos días de peregrinación a Santiago de Compostela. Muchos de vosotros habéis recibido la invitación de un amigo, de vuestras parroquias, de vuestro movimiento apostólico, de vuestros sacerdotes o grupos de amistad. Detrás de todo ello y de todos ellos, es el Espíritu Santo quien os ha movilizado. Es propio del Espíritu el movimiento, la expansión, la comunicación, la comunión.
2.1. Ser conscientes de que el Espíritu Santo nos acompaña. Es preciso saber mirar nuestra historia y nuestra vida.
En efecto, es el Espíritu quien siempre nos acompaña: «dulce huésped del alma», como lo llama la Secuencia del Día de Pentecostés. Nada ni nadie nos es más íntimo. Nada ni nadie tiene la capacidad de transformarnos tan hondamente, si le dejamos. Por ello, es necesario saber mirar. No solo ver, sino mirar. Cuando aprendemos a mirar, es cuando podemos descubrir al Espíritu. Nadie lo ha visto nunca, pero mirando la vida y a quienes nos rodean, lo descubrimos presente, operante y eficaz.
La mirada de la fe, la mirada del Espíritu, es quien nos enseña a mirar la vida y la historia con ojos nuevos, capaces de descubrir en lo que se ve, más de lo que se ve.
2.2. Necesitamos una mirada purificada
Para ir más allá de lo que ven nuestros ojos, para mirar con la fe y llegar hasta el corazón de la vida y de la historia de cada uno y de quienes nos rodean, es necesario que el Espíritu nos purifique. Hemos de reconocer que nuestra mirada no siempre es limpia. En ocasiones, se deja llevar por ideologías.
Las ideologías, sean del signo que sean, son un filtro que deforma la realidad, que nos hacen ver las cosas y las personas no como son, sino bajo el color de su lente, de sus límites y de sus etiquetas; así nos lo recuerda el papa Francisco en Christus vivit, 181.
Urge purificar nuestra mirada. Hagámoslo con la ayuda del Espíritu Santo. Pensemos unos instantes, ¿Qué filtros tengo para que mi mirada sea incapaz de descubrir al Espíritu Santo? ¿Qué me impide ver, en quien tengo al lado, a un hermano o una hermana? ¿Qué me impide ver con el corazón?
2.3. Un paso más. Necesitamos también una mirada profunda
Urge, queridos amigos, tener una mirada profunda de las cosas y de las personas es necesaria para descubrir la verdad. Es la mirada del centurión que, ante Cristo crucificado, dijo «verdaderamente este era Hijo de Dios» (Mc 15, 39). No era algo agradable de ver, pero en ese hombre crucificado, se estaba revelando su verdadera identidad: Era el Hijo de Dios.
Hoy día, hemos de reconocerlo, nuestra mirada está mermada en su capacidad de profundizar, convirtiéndose simplemente en una reflexión superficial y pasajera (cf. ChV 183). Dos son los motivos que nos empujan a ello y a los que hay que hacer frente. Uno es la celeridad en la que estamos instalados, las prisas; otro, es la búsqueda incesante de bienestar. Prisas y bienestar
En la vida y en la fe, las metas no son inmediatas y alcanzarlas requiere de esfuerzo, renuncia y dedicación. Todo lo demás son atajos que nos impiden mirar la vida en profundidad y con profundidad. No os dejéis llevar por las apariencias, ni renunciar ante las primeras incomodidades. El Espíritu Santo está detrás de todas ellas queriendo daros más luz. Él hace que seáis capaces de superarlas. Mirad con los ojos del Espíritu.
2.4. Necesitamos también, una mirada esencial
Cuando somos capaces de mirar con profundidad y sosiego, entonces entendemos que somos capaces de descubrir, no solo aquello que el Espíritu nos sugiere, sino al mismo Espíritu Santo que quiere santificar cuanto nos rodea y a nosotros mismos. Esto es lo esencial de la vida cristiana: la santificación, alcanzar la santidad, parecernos a Dios.
La mirada de Jesús nos lo recuerda. Recordad el pasaje de la mujer adúltera (cf. Jn 8, 1-11) o del buen samaritano (cf. Lc 10, 25-37). Jesús va a lo esencial: a salvar al prójimo. Recordemos cuando le preguntan sobre el mandamiento más importante (cf. Mc 12, 28-34; Mt 22, 34-40; Lc 10, 27). Jesús va a lo esencial: Amar a Dios y al prójimo.
¿Y nosotros? ¿Sabemos ir a lo esencial en la vida? ¿Andamos distraídos con mil cosas accesorias sin decidirnos por lo esencial del Evangelio? En estos días, deja que el Espíritu te descubra las cosas verdaderamente importantes, las opciones irrenunciables. Él te dará la fuerza para renunciar a lo que no merece la pena.
Solamente una mirada purificada, como la que nos quiere dar Jesús, nos facilita descubrir cómo el Espíritu Santo nos acompaña, ilumina, transforma y fortalece nuestro caminar cristiano.
2.5 El Espíritu Santo nos convoca: importancia de saber reconocerle.
Cuando el Espíritu Santo purifica nuestra mirada es cuando, en el otro, reconocemos a un hermano. No solo en quienes han recibido la gracia del bautismo, que nos hace hermanos en Cristo, sino en tantas personas que, al margen de la fe, también son algo nuestro: son criaturas amadas de Dios. Hay que buscar el “encuentro con todos”, sin descartar a nadie. Es lo propio de Dios, del Evangelio y de la Iglesia. El Espíritu Santo es quien nos convoca a una Iglesia universal y nos impulsa a crear una fraternidad universal.2.6.¿Qué signos positivos de presencia de Dios y de su Iglesia encontráis en los ambientes donde os movéis? Recuerdo especialmente tres:
* El primero de ellos sois vosotros mismos, vuestra juventud. Como nos dijo el papa Francisco en Christus vivit, la juventud es tiempo de sueños, de inquietud, de novedad, de elección de caminos, de apertura a nuevos proyectos (cf. ChV 137-149). El Espíritu os habita. No os cerréis a Él. No os cerréis a lo mejor de vosotros mismos. Él, en vosotros, os invita a soñar, a arriesgarse, a empeñar todas vuestras energías por el bien, a vivir la vida como el mejor regalo que os ha sido dado. Descubrid su voz, descubrid el proyecto que tiene para vosotros, séd dóciles a su querer, que es el mejor camino para encontrar vuestra vocación, vuestro lugar y empeño en el mundo y en la Iglesia.
*El segundo signo positivo es la historia y el mundo que vivimos. Sí. Con todas sus heridas e injusticias, ahí también está el Espíritu en forma de grito y denuncia, porque la historia, pese a lo que hacemos en ella, tiene un sentido y es Historia Sagrada, y el mundo, la naturaleza, lejos de ser un espacio insignificante, está lleno de significado porque es Creación de Dios. Ambas realidades —historia y naturaleza—, están necesitadas de cuidado y de implicación. En ellas, el Espíritu Santo nos llama a santificarlas y a santificarnos en ellas.
*Y, el tercer signo positivo es la Iglesia. Ella es templo del Espíritu (LG 17). Es él, el Espíritu Santo quien la hace santa, como un sacramento de su presencia viva y eficaz (cf. LG 1). Pese a los pecados y faltas de algunos de sus miembros, el Espíritu la santifica por medio de sus miembros y de los sacramentos. Es el lugar por excelencia donde habita y donde encontrarle. Pese a las dificultades, pese a la falta de testimonios, no os desvinculéis nunca de la Iglesia.
2.7. El Espíritu Santo nos sostiene e impulsa
El Espíritu suele llamar a la puerta de nuestra conciencia para hacernos salir de ahí y, si respondemos a su llamada, encontraremos la fuerza que necesitamos —y que no encontramos en nosotros—, para que nos transforme según su voluntad.
El Espíritu Santo es quién nos sostiene en nuestras dificultades, es el que, a lo largo de la Historia de la Iglesia, ha sostenido a cada uno de sus miembros. Es el que ha vinculado la cadena de transmisión de la Revelación. Es el que engarza en nuestra Tradición. Nosotros, somos eslabones de esa Tradición viva y diversa. Acogemos el testimonio de la sucesión apostólica y nos convertimos en vínculos de permanencia y novedad. Más allá de las modas, de las sensibilidades, de los carismas y espiritualidades, el Espíritu Santo es el garante de la unidad, ciñéndonos a todos en «el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta» (Col 3, 14). Es el que sostiene nuestras diferencias, mostrando que la Iglesia no es de unos o de otros, sino de Dios, en Cristo, por la fuerza de su Espíritu.
Muestra de ello es la celebración de los sacramentos. A ellos todos estamos convocados, ancianos, adultos, jóvenes, niños; personas de todo signo y condición; en ellos la Iglesia y sus miembros se santifican, siendo el viático que nos sostiene hasta la eternidad de Dios. Por ello, queridos jóvenes, no dejéis nunca de acercaros a los sacramentos. ¿Te sientes lejos de Dios? Acércate a los sacramentos, especial y cotidianamente a la Reconciliación y a la Eucaristía. Allí, Dios espera renovarte con su presencia sacramental; allí, fortalecerás los vínculos de pertenencia; allí, profundizarás en tu fe; allí, encontrarás las claves para descubrir tu misión.
2.8.- El Espíritu Santo nos impulsa
Estamos convencidos de que es el Espíritu Santo quien nos impulsa más allá de nosotros mismos. El Espíritu Santo, lejos de suscitar en nosotros una experiencia o imagen de Dios impersonal y desfigurada, es quien nos lleva a la relación y conocimiento de Jesucristo. El Espíritu no nos encierra en la intimidad de nuestra interioridad, sino que nos lleva e impulsa a la relación. El mismo Espíritu es quien nos hace descubrir y acoger la revelación del Padre en la persona del Hijo; Jesús es quien nos muestra las entrañas de misericordia de Dios Padre, distintas, pero no distantes de las nuestras.
El Espíritu siempre nos lleva a más respecto a Dios. Impide que nos estanquemos, que Dios quede encerrado en una imagen y Jesús en un mero personaje del pasado a imitar. El Espíritu es quien nos vincula al Padre y al Hijo por la gracia del bautismo de forma íntima, nos imprime carácter; es decir, identidad. Gracias a esta gracia, a esta nueva identidad de ser hijos en el Hijo, es como acogemos la voluntad de Dios sobre nosotros, participando de la misión de Jesús como discípulos misioneros (EG 119-121).
Pero este camino no es automático ni instantáneo. Decía san Agustín «Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti». Es decir, Dios quiere contar con nuestra libertad. Dios quiere hombres y mujeres libres, conscientes y decididos.
En estos días tendremos momentos fuertes de celebración y oración. No los desperdiciéis. Tratar de afinar el corazón para ver con el Espíritu. Orad, orad, orad. No os conforméis con las celebraciones y oraciones comunitarias. Buscad espacios y momentos, en silencio, para estar a solas con el Maestro. «En ese silencio es posible discernir, a la luz del Espíritu, los caminos de santidad que el Señor nos propone» (GE 150). Él os dará la paz; Él os indicará los caminos. Tú, a la luz del Espíritu deberás discernirlos.
En la oración encontraréis luz para poner en orden vuestros afectos y vuestras prioridades. No solo te desahogues, escucha a Jesús que te llama para estar con él, para ser su amigo.
En la oración, ofrécele tu amistad auténtica, tu vida, aunque ahora sea mediocre —Él ya cuenta con ello—. Pon a los demás en tu oración; si no, no será una verdadera oración. Ten por seguro que Jesús te llevará a los demás; te indicará cómo tratar, cómo responder, cómo escuchar, cómo perdonar, cómo servir, cómo entregar tu vida para santificarla (cf. GE 110-157).
Queridos, jóvenes, estad abiertos en estos días a las indicaciones que el Espíritu Santo os pueda sugerir. Abríos a la experiencia de Iglesia que estamos viviendo. Abríos a renovar mente y corazón. Que estos días, sean una experiencia realmente transformadora. Que lo vivido aquí os lleve a tener una existencia nueva, un discipulado más auténtico en vuestros lugares de origen. Abríos a nuevos horizontes. Abríos, en definitiva, a Dios Padre, a su Espíritu y a su Hijo. Que la Trinidad os trasforme en lo que ella es: Amor, comunión, salida de sí. Vivid de y en su Amor y participad de su comunión en la Iglesia y en el mundo. Dios os necesita. La Iglesia os necesita. El mundo os necesita. Dios quiere contar con vosotros. Sed generosos.
Ángel Fernández Collado
Obispo de Albacete