+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
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27 de mayo de 2023
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Con esta celebración concluye el tiempo de Pascua, estos cincuenta días que, desde la Resurrección de Jesús hasta Pentecostés, están marcados de una manera especial por la presencia del Espíritu Santo. Él es el Don pascual por excelencia. Es el Espíritu creador, que crea siempre cosas nuevas. Las lecturas que la liturgia presenta este Domingo de Pentecostés nos presentan dos novedades: el Espíritu hace que seamos un pueblo nuevo y crea en los discípulos de Cristo un corazón nuevo.
En el día de Pentecostés el Espíritu bajó del cielo en forma de lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de los discípulos de Jesús. Según nos narra el Libro de los Hechos de los Apóstoles. El Espíritu Santo da a cada uno un don y a todos nos reúne en unidad. En otras palabras, el mismo Espíritu crea la diversidad y la unidad y de esta manera plasma un pueblo nuevo, variado y unido: la Iglesia universal.
Es la misma acción del Paráclito el que, en primer lugar, con imaginación e imprevisibilidad, crea la diversidad y hace que florezcan carismas nuevos y variados. Y al mismo tiempo es el mismo Espíritu quien realiza la unidad: junta, reúne, recompone la armonía. De tal manera que se dé la unidad verdadera, aquella según Dios, que no es uniformidad, sino unidad en la diferencia.
Para que esto se realice es bueno que nos ayudemos a evitar dos tentaciones frecuentes: la primera es buscar la diversidad sin unidad y la segunda es la de buscar la unidad sin diversidad. Por ello, nuestra oración al Espíritu Santo consiste entonces en pedir la gracia de aceptar su unidad, de trabajar por la unidad entre todos, de desterrar las murmuraciones que siembran cizaña y las envidias que envenenan, y también pedir un corazón que sienta la Iglesia, madre nuestra y casa nuestra.
Y llegamos entonces a la segunda novedad un corazón nuevo. Jesús Resucitado, en la primera vez que se aparece a los suyos, les da el Espíritu de perdón. El Espíritu es el primer don del Resucitado y se da en primer lugar para perdonar los pecados. Este es el comienzo de la Iglesia este es el aglutinante que nos mantiene unidos, el cemento que une los ladrillos de la casa: el perdón. Porque el perdón es el don por excelencia, es el amor más grande, el que nos mantiene unidos a pesar de todo, es el perdón el que libera el corazón y le permite recomenzar.
El Espíritu de perdón, que conduce todo a la armonía, nos empuja a rechazar otras vías, pues el Espíritu nos insta a recorrer la vía de doble sentido del perdón ofrecido y recibido, de la misericordia divina que se hace amor al prójimo, de la caridad que ha de ser en todo momento lo que nos induzca a obrar o a dejar de obrar, a cambiar las cosas o a dejarlas como están. Por ello renovémonos con el perdón y corrigiéndonos, hagamos que el rostro de nuestra Madre la Iglesia y en particular nuestra Diócesis de Albacete sea cada vez más hermoso.
“Ven Espíritu de Dios. Para vivir, te necesitamos como el agua: desciende una vez más sobre nosotros y enséñanos la unidad, renueva nuestros corazones y enséñanos a amar como tú nos amas, a perdonar como tú nos perdonas” (Papa Francisco)
Ángel Fernández Collado
Obispo de Albacete