José Joaquín Tárraga
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28 de diciembre de 2019
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Hoy, la liturgia de Navidad nos invita a contemplar a este niño que nace junto a María y José. Juntos forman la familia de Nazaret. De ahí que le llamen “el nazareno”. Jesús nació en una tierra concreta, creció dentro de una familia y de una sociedad de su época. Jesús, aquel que para nosotros es Mesías y Salvador, se encarna como uno más.
Para mostrarnos esa familia de Nazaret, se nos invita a meditar la huida a Egipto. Un padre, José, que recibe en sueños la voz del ángel que le dice que salve al niño. Que proteja, cuide y mantenga a salvo al que será la salvación de todos. Herodes, signo del rechazo de Dios y la búsqueda del mal, no vence a esta familia de refugiados donde crece el que tiene que traer la Buena Noticia del Evangelio.
Una familia que protege, salva, sana y acompaña. Familia que acompaña y, con sacrificio, vence dificultades y problemas. El evangelista nos narra este pasaje con rasgos muy parecidos a los de Moisés: matanza de niños, Egipto, huida, rescate, salvación… Este niño que ha nacido, verdaderamente, nos trae la salvación; es el que anunciaron los profetas, el que esperamos.
Y en esa familia de refugiados de Nazaret, San José. Muy poco hablamos de él. Hoy lo vemos como custodio de lo más preciado para Dios: María y Jesús. José, hombre bueno, que ama sin esperar nada a cambio y en el que podemos ver los valores que se nos proponen como modelo para vivir en familia: compasión, humildad, paciencia y perdón.
Hoy es día para agradecer el don de la familia. El lugar donde se te quiere tal cual eres y no por lo que tienes. La familia motivo para cuidar y proteger como institución que es motor de la sociedad. Y es, en familia, donde debemos cuidar los rasgos de la propuesta evangélica: amor entre los esposos (con diálogo y respeto), confianza entre padres e hijos, atención a los débiles, abierto a los necesitados, formación y crecimiento en la fe…
Mucho de lo que somos se lo debemos a la familia. Es de bien nacido ser agradecido. Atrás las perezas, cansancios y las desilusiones. Pongamos esfuerzo, renovación y confianza. Y, aunque falten muchas cosas, que nunca falte el amor.