Antonio García Ramírez
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21 de septiembre de 2025
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Rendir cuentas. Las parábolas del Reino de Dios no son pensamientos lógicos y ordenados; más bien, son narraciones que buscan la duda, la sorpresa y la pregunta. La de este domingo, del administrador astuto que sólo se encuentra en el evangelio de Lucas, es un buen ejemplo. No debemos quedarnos en el mecanismo de la mentira, la falsificación de documentos y la corrupción… Hemos de centrar la mirada en el final. Cuando seamos echados fuera de la vida que vamos administrando, y que es transitoria y fugaz… ¿de qué nos servirá el dinero? ¿Podremos añadir con él un minuto más a nuestra existencia? ¿Nos servirá para salvarnos?
El dinero tiende a endiosarse. No podemos servir a dos señores, y el dinero es un amo poderoso. Tiene esta capacidad: de cosa es capaz de transformarse en dios. A lo largo de la historia de la humanidad, y también en el momento presente, podemos observar el terrible poder que puede ejercer el dinero en las personas y sociedades. Transforma los fines en medios y los medios en fines. Deshumaniza todo lo que toca, capacita para justificar sufrimientos, muertes y guerras. Nuestra sociedad de la acumulación, la opulencia y la ostentación sitúa al dinero en lo más alto de la pirámide de valores. ¿Cuántas frustraciones y tristezas se derivan de factores económicos? ¿Cuántas personas han dejado sus tradiciones religiosas y su vida espiritual para consagrarse enteramente al poder del dinero?
Todo al servicio de las personas. Sin embargo, Jesús nos llama a vivir de otra manera. Nos pide consagrarnos a Dios para que, desde su Absoluto, pongamos en su lugar todo lo demás. No idolatramos el dinero, sino que ponemos el dinero al servicio de las personas. Administramos unos recursos pasajeros priorizando el valor de la solidaridad, la mesa compartida y el hospital de campaña donde se sanan las vidas. Hacemos amigos aprovechando astutamente los recursos que tenemos. Vivamos el presente con astucia y sagacidad.