Manuel de Diego Martín
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22 de agosto de 2015
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Se hizo célebre la película de Pilar Miro en los años setenta titulada “El Crimen de Cuenca” basada en unos hechos reales de unos pueblos en que unos pastores son denunciados por haber matado a un compañero para robarle las ovejas, y después de años y juicios, se descubre que los acusados eran inocentes. No se había dado tal crimen. Estos días hemos vivido con gran conmoción que en Cuenca sí se ha dado de verdad un crimen horrendo ya que dos muchachas han sido asesinadas enterradas en cal viva.
Este crimen de Cuenca ha venido rodeado de otras varias atrocidades que parece que se han producido en serie. Los analistas políticos dicen que la coincidencia de tales crímenes es puramente casual. Pero ciertamente estamos sobrecogidos por tanto horrores. Un padre que con la moto sierra mata a sus hijas, un marido que prende fuego a la casa para quemar a su mujer, la madre que mata a su hija… ¡Qué cantidad de atrocidades se han cometido en pocos días!
No es de recibo el que alguna fuerza política, por eso de que en rio revuelto ganancia de pescadores, aproveche esta mala racha para arremeter contra el Gobierno como si este fuera culpable de lo que está sucediendo. ¡Qué manera de confundir las cosas y sacarlas de quicio! Es verdad que los gobiernos tienen que legislar leyes que protejan a las mujeres contra toda violencia; leyes que protejan a los niños, que ahora están siendo el sector más vulnerable; que protejan a los jóvenes para que no pase lo que ha sucedido en Cuenca. También es verdad que las fuerzas de orden público tienen que contar con el apoyo de los gobiernos y de la sociedad para poder llevar adelante su trabajo. Lo que no se puede es crucificar a la policía cuando tiene que actuar. Pero el problema es mucho más hondo.
El mal radica en la sociedad enferma que tenemos y que vamos desestructurando cada día como una sociedad sin valores. Estamos en una sociedad individualista, en la que lo que importa es mi yo, mis intereses, mi amor propio, mis ambiciones, el poder hacer cada quien lo que le dé la gana. Es cruel que los hombres agredan a sus mujeres. Pero es mucho más cruel aún que los padres, las madres eliminen a sus propios hijos indefensos. En la historia ha habido crímenes pasionales, como el hecho de que un novio por celos mate a su amante. Pero aquí, qué culpa tenía la amiga de Marina, la chica de Cuenca, para ser también asesinada tan vilmente.
Decía el inmortal Homero que cuando los dioses quieren perder a los hombres, primero los vuelven locos. Esta es la locura que nos está envolviendo a todos. Jesús de Nazaret en el evangelio nos dice que Él ha venido para que todos tengan vida, vida abundante. ¿No estará ocurriendo que una de las causas más profundas de nuestros males es que estamos dando la espalda al Dios verdadero, al que nos da vida, para entregarnos a toda ese panteón de “dioses” como son el amor propio, el egoísmo, la dureza de corazón… que en verdad nos vuelven locos?