Manuel de Diego Martín
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10 de septiembre de 2011
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El pasado lunes, enterramos en Villarrobledo a la Hna. Margarita del Monasterio Cisterciense de S. Bernardo de esta ciudad. Esta hermana nació en Ayna y en 1963 entró en este monasterio en el que ha vivido cincuenta y ocho años hasta su santa muerte.
El perfil espiritual de esta religiosa contemplativa, como buena hija de S. Bernardo, se caracterizó por su gran amor a la Eucaristía y a la Virgen María. Fue una mujer muy trabajadora llevando a cabo las tareas que se le encomendaban con un tesón incansable, y dado que una de sus tareas era la de ser demandadera, es decir, prestar servicios fuera de casa, hizo que fuera una monja muy querida por los de fuera y por sus hermanas. Reflejaba un alma bondadosa y donde ella estaba, allí sólo podía haber paz y concordia. Podemos decir que era una monja cisterciense de cuerpo entero.
Estos monasterios nacieron en la Edad Media con el lema de pobreza, austeridad, trabajo, y servir todo lo posible a la concordia y paz entre los pueblos. Tal vez ciertos monjes, como los llamaban entonces “negros” en esa época, habían desvirtuado un poco las exigencias evangélicas, y es por lo que S. Bernardo con sus monjes “blancos” quería dar otro estilo y perfil a las comunidades, buscando más la pobreza evangélica y el compromiso con el trabajo manual. De este santo son aquellas duras palabras: “Los templos deslumbran por todas partes, los pobres tienen hambre. Los muros están revestidos de oro, pero los hijos de la Iglesia están desnudos. Ya que no nos lamentamos de tantas estupideces, lamentemos al menos tantos gastos inútiles”.
Pidamos al cielo que no nos falten vocaciones en nuestro tiempo para que siguiendo el camino de S. Bernardo nos recuerden a todos que necesitamos ser más austeros, derrochar menos, trabajar más, y buscar en todo el bien común, es decir la paz. Como veis, en estos tiempos de crisis, los consejos de S. Bernardo están cargados de rabiosa actualidad.