Pedro López García

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4 de febrero de 2024

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En el evangelio de este domingo se describe toda la actividad de Jesús en el marco de una jornada. En primer lugar, vemos cómo sale de la sinagoga acompañado de Santiago y Juan y van a la casa de Simón y Andrés: entorno al Señor Jesús se está creando una nueva comunidad de discípulos, comunidad que tiene su centro en su persona y en su seguimiento.

Después, ya en la casa de Pedro, cura a la suegra de éste de la fiebre que la tiene postrada en la cama: la toma de la mano, la levanta y la mujer se pone a servir. Aquí está simbolizada, por un lado, la casa de los hombres, toda la humanidad enferma de la fiebre de las ideologías, las idolatrías, los pecados, el olvido de Dios; y, por otro lado, la misión del Hijo de Dios que viene del Padre y nos da su mano, nos levanta y nos cura: nos toma de la mano con su Palabra y con sus Sacramentos y así nos levanta de nuestras pasiones y pecados, de nuestras heridas y oscuridades.

Y esta mujer recién curada se puso a servirles. Y así también nosotros, rescatados de la enfermedad por Jesús, recuperamos el poder de amar y de servir a los hermanos.

La humanidad de Jesús era el medio visible por el que se manifestaba la gloria de Dios y la salvación. Ahora esto ocurre por medio de los Sacramentos, sobre todo de la Eucaristía: por los signos visibles se manifiesta y actúa el Dios invisible, Cristo resucitado, el Espíritu creador y en ellos el Misterio Pascual y todos sus efectos de vida y de redención.

Continúa el evangelio narrando que Jesús se levantó de madrugada y se marchó a un lugar solitario para orar. Aquí aparece el verdadero centro del misterio del Señor: Jesús habla con el Padre y esta es la fuente y el centro de todas sus actividades. Así este evangelio nos enseña el centro de la fe y de nuestra vida: la primacía de Dios. “Donde no hay Dios tampoco se respeta al hombre. Sólo si el esplendor de Dios se refleja en el rostro del hombre, el hombre, imagen de Dios, está protegido con una dignidad que luego nadie puede violar” (Benedicto XVI).

Pedro López García
Vicario Levante