+ Mons. D. Ángel Fernández Collado
|
6 de junio de 2020
|
67
Visitas: 67
[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]E[/fusion_dropcap]n este domingo 7 de junio, en el ámbito de la Solemnidad litúrgica de la Santísima Trinidad, celebramos la Jornada “Pro Orantibus”, es decir, una Jornada dedicada a la Vida Contemplativa, a las personas que forman parte de ella y a su misión en la Iglesia. En ella oramos por quienes oran continuamente por nosotros: las personas consagradas contemplativas. La vida contemplativa es una vocación específica y necesaria en la Iglesia. Recordamos y agradecemos las vidas entregadas de tantos hombres y mujeres consagrados en una vida de contemplación, una vida oculta y fecunda para la Iglesia y para el mundo, mostrándonos la luz de Dios, sobre todo cuando la oscuridad se cierne sobre la humanidad por su alejamiento de Él. Cuando una joven deja todo para “retirarse” en un convento, es difícil encontrar otra explicación que no sea la de haber escuchado la predilecta y personal llamada de Jesucristo y haber experimentado la fascinación por Él y por su Reino. Esta persona permanece centrada solo en Dios, en comunicación asidua de oración y en una vida austera y sacrificada, de oración y de trabajo.
El objetivo de esta Jornada es recordar los conventos de religiosas de vida contemplativa que existen en nuestra diócesis de Albacete, rezar por ellas y porque tengan nuevas vocaciones, valorarlas como se merecen y darlas a conocer. En concreto, formando parte muy importante de nuestra diócesis, están estas Comunidades: CARMELITAS DESCALZAS, de Albacete, FRANCISCANAS DE LA T.O.R. DE PENITENCIA, de Alcaraz, CARMELITAS DE LA ANTIGUA OBSERVANCIA, de Caudete, CLARISAS FRANCISCANAS (FRANCISCANAS DE SANTA CLARA, de Hellín, CARMELITAS DESCALZAS, de Villarrobledo, CISTECIENSES (C.C.S.B.), de Villarrobledo, y CLARISAS FRANCISCANAS (FRANCISCANAS DE SANTA CLARA), de Villarrobledo.
Otros objetivos, también importantes, son rezar por las vocaciones a la vida contemplativa; expresar nuestro reconocimiento al servicio, especialmente espiritual, que aportan a la Iglesia y a la sociedad; y manifestarles nuestro agradecimiento y gran estima por lo que representan y aportan a la Iglesia y al mundo. Sus personas, consagradas a Dios, y sus Comunidades son lámparas siempre encendidas que, con sus vidas donadas, oraciones y sacrificios, iluminan el caminar cristiano de nuestra propia vocación y dan calor espiritual haciéndonos crecer en santidad. Es importante dar a conocer esta vocación, específicamente contemplativa, tan antigua y tan nueva, tan actual y tan necesaria.
El Concilio Vaticano II nos recuerda que: «ya desde los comienzos de la Iglesia, hubo hombres y mujeres que, por la práctica de los consejos evangélicos, se propusieron seguir a Cristo con más libertad e imitarlo más de cerca, y, cada uno a su manera, llevaron una vida consagrada a Dios. Muchos de ellos, por inspiración del Espíritu Santo, vivieron vida solitaria o fundaron familias religiosas que la Iglesia recibió y aprobó de buen grado con su autoridad. De ahí nació, por designio divino, una maravillosa variedad de agrupaciones religiosas, que contribuyó grandemente a que la Iglesia no sólo esté apercibida para toda obra buena y pronta para la obra del ministerio en la edificación del Cuerpo de Cristo, sino también a que aparezca adornada con la variedad de los dones de sus hijos…» (Perfectae Caritatis, n.1).
Los consagrados de vida contemplativa son, en el corazón de la Iglesia, el amor, el fuego siempre encendido que calienta el corazón e ilumina y sostiene el caminar de los cristianos hacia su santificación y su vivir en Dios.
La vida consagrada contemplativa custodia fervorosamente la realidad central de la fe, que es el amor de Cristo. Esta vida alienta sin descanso la gran esperanza de la Iglesia, que es la misericordia del Padre. Unidas a la cruz de Cristo, las personas consagradas contemplativas despiertan a su alrededor la paciencia y la perseverancia de quien se sabe acogido por las entrañas compasivas de Dios Padre en toda circunstancia, aun en medio de grandes sufrimientos. La vida consagrada contemplativa irradia al mundo la alegría de vivir según el Evangelio, según la gracia del Espíritu. Las personas consagradas contemplativas contagian el gozo que solo conoce quien ha probado el vino mejor del Espíritu Santo, como en las bodas de Caná, ese vino que es Buena Noticia para quien lo saborea sin prisa, convirtiendo cada día, por sencillo y cotidiano que parezca, en un anticipo precioso del gran banquete del Reino.
A Santa María, nuestra Madre y modelo de entrega a Dios y a los demás, encomendamos a todos los contemplativos y, especialmente, a las religiosas consagradas que viven su vocación de contemplativas en los Conventos y Monasterios de nuestra diócesis de Albacete.
Con mi afecto, oración y bendición a todas ellas.