Grupo 1ª Catequesis de adultos (Asunción - Almansa)

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19 de febrero de 2022

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 El evangelio de hoy hemos de leerlo detenidamente y varias veces para comprenderlo y aceptarlo.

Nuestra sociedad está basada en las relaciones de intereses que persiguen obtener poder, prestigio… y el mensaje que Jesús nos quiere transmitir, lamentablemente, es una utopía: no es fácil sentir amor por nuestros enemigos y mucho menos perdonar a quien nos hace daño.

Nuestro corazón nos dicta lo contrario hacia quien nos golpea y nos trata injustamente; de forma innata nos nace la venganza, la violencia, el devolver el mal que nos hacen, el ojo por ojo…

Jesús nos da el mandato de amar, prestar, ser compasivos, no juzguéis, no condenéis, perdonad y dad. Esto sólo lo podemos cumplir por pura gracia de Dios y hemos de pedírselo. El ser humano por sí sólo es incapaz de cumplirlo y sólo por pura gracia de Dios seremos capaces. Debemos de rogar para obtener ese don y, sólo cuando entendamos que hemos de tratar a los demás como queremos que ellos nos traten, lograremos hacerlo realidad.

Los cristianos nos hemos de diferenciar por ser capaces de amar a nuestros enemigos pues San Agustín llega a decir: el amor perfecto es el amor al enemigo.

Y, mirando a la cruz con humildad, Jesús nos transmite esa capacidad de perdonar, de dar sin buscar nada a cambio, de ofrecer a todos.

El cumplir estos mandatos no significa que no veamos las injusticias y nos quedemos en silencio; nuestra voz ha de oírse para reclamar los derechos de los más humildes y necesitados, pero no debemos juzgar… el juicio sobre las personas se lo hemos de dejar a Dios.

Perdonad y seréis perdonados: sólo teniendo un corazón misericordioso podemos perdonar a nuestros enemigos.

En la historia y en nuestra vida diaria existen pequeños y grandes héroes que con sus gestos han cambiado el mundo y transforman nuestra sociedad y la manera de vivir. Han entendido el mensaje de Dios y han encontrado la misericordia.

La misericordia del hombre para con sus hermanos encontrará como respuesta la misericordia de Dios, obteniendo una medida apretada, rellena, rebosante. Dios nos dice que la medida con la que midamos es con la que Él nos medirá a nosotros.