Pedro López García

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10 de marzo de 2024

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El IV domingo de Cuaresma se llama domingo Laetare; y es así por la primera palabra de la antífona de entrada: “Alégrate, Jerusalén, reuníos todos los que la amáis, regocijaos los que estuvisteis tristes para que exultéis…”.

Pero ¿cuál es el motivo de la alegría? Ciertamente la proximidad de la Pascua, fiesta de gozo por la victoria de Cristo y por los dones de su misterio pascual para la Iglesia y la humanidad. Pero, sobre todo, el motivo de la alegría nos lo indica la Palabra de Dios de este domingo: a pesar de nuestro pecado, de nuestras heridas, de nuestras miserias… Dios nos ama, Dios nos perdona, Dios nos envuelve con su infinita misericordia.

Lo escuchamos en la segunda lectura: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo, estáis salvados por pura gracia”. Pero sobre todo lo proclama el Evangelio: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.

Este amor misericordioso de Dios se ha manifestado de una manera radical en la muerte del Hijo, Nuestro Señor Jesucristo: en la pasión y la cruz se ha revelado hasta dónde llega la ternura redentora de Dios por los hombres.

Y ¿cómo responder a este amor? Lo dice también el Evangelio: con la fe (creer) y con la conversión (pasar de las tinieblas a la luz, de las malas obras a las buenas).

Quiero terminar este comentario citando a Benedicto XVI en su viaje a Angola de 2009, en el que comentó las lecturas de este mismo domingo. Allí, en el contexto de la guerra que había devastado al país llenándolo de odio y venganza, y desde la primera lectura que nos habla de la destrucción de Jerusalén y el exilio del pueblo, decía unas palabras que nos pueden ayudar a comprender las raíces de tanta violencia y maldad: “Cuando se descuida la Palabra del Señor -una Palabra que tiende a la edificación de las personas, de las comunidades y de toda la familia humana-, y la Ley de Dios es objeto de burla, desprecio y escarnio, el resultado sólo puede ser destrucción e injusticia, deshonra de nuestra común humanidad y traición de nuestra vocación a ser hijos e hijas del Padre misericordioso, hermanos y hermanas de su Hijo predilecto.

Pedro López García

Vicario Levante