Carmen Escribano Martínez

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23 de febrero de 2025

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Como casi todos los años, el mes de febrero nos obsequia con unos días de primavera adelantada que siempre nos sorprenden por sus elevadas temperaturas. En nuestros campos, este anticipo provoca que los almendros más atrevidos florezcan, regalándonos un paisaje precioso y anunciando, con sus flores, el final inminente del invierno y de la oscuridad y el frío que lo acompañan.

Estoy casi segura de que, para ustedes, al igual que para mí, esta flor delicada transmite ánimo y despierta admiración por la belleza que desprende. Para los antiguos hebreos, el almendro simbolizaba el árbol que sabe escuchar y que vela por nuestras vidas, pues florece en invierno cuando los demás árboles aún permanecen dormidos. En él veían una representación del Señor, que, al igual que este árbol, cuida de nosotros hasta la llegada de la primavera.

Hoy les propongo la contemplación de la naturaleza como una fuente inagotable de belleza, invitándonos a recrearnos en todo lo hermoso que nos rodea. Reconocer lo bello y lo bueno en nuestro entorno sin duda nos aportará bienestar y optimismo. Y es precisamente esto lo que también debemos buscar en las personas que nos acompañan, apreciando en ellas la bondad que todos poseemos.

Los psicólogos resaltan cada vez más la importancia del afecto como factor clave para el bienestar personal. Es fundamental fortalecer nuestras relaciones sociales, disfrutar de la amistad y del cariño de nuestra familia y amigos, y esforzarnos en mantener esos lazos que nos unen a los demás y dan sentido a nuestra vida. Cuántas veces una conversación sincera con un amigo —»a calzón quitado», como se dice coloquialmente— nos resucita y nos hace florecer de nuevo.

A mi amigo Antonio le gusta especialmente mi expresión «empeñarse en mantener la amistad», y es que, efectivamente, hay que esforzarse en ello. Si lo hacemos, seremos como el almendro: floreceremos, dando color y belleza a nuestra vida y a la de quienes nos rodean.