Manuel de Diego Martín

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26 de septiembre de 2015

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Estos días, del 22 al 27 de septiembre, se está celebrando en Filadelfia el VIII Encuentro Mundial de las Familias. Yo tuve la gran suerte de participar en el que se celebró hace unos años en Valencia con la presencia del Papa Benedicto. Pues bien, el Papa Francisco va a terminar su viaje en Estados Unidos participando dos días en este encuentro. Estemos atentos a las cosas hermosas que el Papa va a decirnos sobre la Familia. El eslogan del Encuentro es: “El amor es nuestra misión: La familia plenamente viva”. Dicho de otra manera, el amor es lo que hace vivir de verdad a las familias.

La preocupación del Papa por la realidad de la familia es más que patente. El año pasado convocó un Sínodo extraordinario precisamente sobre la Familia para ir reflexionando sobre el tema que culminará en el próximo Sínodo ordinario que se celebrará en Roma este próximo mes de octubre. Es una pena que del Sínodo pasado en muchas conciencias no quedase más que la polémica de si los divorciados vueltos a casar pueden recibir la Comunión. De lo que se trata es algo mucho más hondo, de lo que se trata es profundizar y ver qué es lo que el Señor quiere que sea la familia humana y cristiana.

Dice un refrán que vale más un ejemplo que mil palabras. Estos días pasados he vivido en mi parroquia una celebración que ciertamente me impactó. Un matrimonio, Pascual y Luisa querían celebrar sus bodas de oro. Ajustamos fecha y les pedí si la víspera pudieran venir algunos para preparar la ceremonia. Y cuál fue mi sorpresa que en la preparación ya estuvieron entre los abuelos, hijos y nietos unos diez miembros de la familia. En la celebración eran casi unos cuarenta y me dijeron que no habían invitado a nadie. Claro, eran seis hijos, dieciséis nietos y dos biznietos. Todos querían participar. Un nieto leyó al final una acción de gracias para reconocer todo el bien que habían recibido de sus abuelos siempre pendientes de ellos. Invité a los novios al verlos tan felices a decir algo, cómo habían logrado una familia tan hermosa y la respuesta balbuciente fue queriéndolos mucho a todos y preocupándonos por todos. 

Al acabar la ceremonia pude charlar un poquito con Verónica, la esposa del nieto mayor, que me ratificó en lo mismo. Nos han querido a todos con locura, lo mismo a los hijos que a los yernos o las nueras. Ellos siempre pendientes de nosotros. Todos los viernes nos invitan a comer juntos ¡qué hermosura! En una palabra podemos decir que estos abuelitos han hecho realidad el mensaje de Filadelfia: “El amor es lo que hace vivir a las familias”.