+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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21 de febrero de 2015
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]Q[/fusion_dropcap]ueridos amigos:
En el campo de la evangelización vivimos amenazados por dos peligros: Uno es la inercia, seguir el camino trillado, repetir lo de siempre, no pararnos a revisar nuestra acción, a hacernos preguntas. El otro es el activismo febril que nos va secando, haciéndonos perder el contacto con “la fuente que mana y corre, / aunque es de noche”, que decía el bueno de san Juan de la Cruz. Hay urgencias que deben generar calma.
Ante la dureza de los tiempos que corren y las resistencias que el anuncio del Evangelio encuentra hoy en niños, jóvenes y adultos, seguro que a vosotros, como a mí, os asalta una preocupación constante: ¿Cómo anunciar hoy el Evangelio? ¿Con qué palabras hacerlo para que impacte en las fibras más sensibles del alma? ¿Qué estilo de comunicación emplear para cautivar el interés? ¿Cómo hicieron los discípulos de la primera para vencer las resistencias del mundo judío, tan seguro de su religión y tan arraigados en sus prejuicios? ¿Cómo actuaron para interesar a un mundo pagano, corrupto, decadente y de vuelta de lo religioso?
En las cartas anteriores ya han salido muchas cosas. Pero, a veces, olvidamos lo más elemental. Repasando el Evangelio, que es nuestro libro de ruta, donde no sólo encontramos el qué anunciar, sino también el cómo, se nos muestra que hay una ley fundamental de la evangelización: Que el verdadero e imprescindible medio de comunicación del Evangelio es el Espíritu Santo.
La palabra se transmite mediante el aliento, la voz. Y la Palabra de Dios también se transmite con el aliento de Jesús, que es el Espíritu Santo. Sin este aliento no es posible evangelizar. De hecho, Jesús empezó a predicar sólo después de recibir el Espíritu.
Lo dijo, de manera tajante, el Beato Pablo VI en la llamada Carta Magna de la Evangelización: “No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo… Las técnicas de evangelización son buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin él. Sin él, la dialéctica más convincente es impotente sobre el espíritu de los hombres. Sin él, los esquemas más elaborados sobre bases sociológicas o psicológicas se revelan pronto desprovistos de todo valor… Puede decirse que el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización” (E.N. 75).
Esto, que afirmaba con tanta contundencia el Papa Pablo VI, aparece con claridad meridiana en el Evangelio. Os ofrezco, como botón demuestra, sólo algunos textos que lo corroboran: Jesús comenzó a anunciar el Evangelio “con la potencia del Espíritu Santo” (Lc.4, 14, ss). En su presentación en Nazaret declara: “El Espíritu del Señor está sobre mí… Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad” (Lc.4, 18). Y, después de la Pascua, Jesús exhortó a los apóstoles a no alejarse de Jerusalén hasta ser revestidos de la potencia de lo alto: «Tendréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y daréis testimonio de mi» (Hch. 1, 8). Todo el relato de Pentecostés ilumina esta verdad. Cuando viene el Espíritu, Pedro y los demás Apóstoles comienzan a proclamar con valentía a Cristo crucificado y resucitado. Aquella palabra tuvo tal potencia que tres mil personas sintieron su corazón traspasado. Pablo, que estaba “lleno del Espíritu Santo” (Hch. 9, 17) llega a afirmar que “sin el Espíritu Santo ni siquiera es posible proclamar que Jesús es el Señor”, que es la forma primera y elemental del anuncio cristiano. San Pedro llega a definir a los apóstoles como “aquellos que han anunciado el evangelio en el Espíritu Santo” (1 Pt.1, 12)
Jesús, al enviar a los Apóstoles para anunciar el Evangelio por todo el mundo, les confiere el medio imprescindible para poder hacerlo: El Espíritu Santo. Y lo hace con el signo vital del soplo, del aliento. “Como el Padre me ha enviado a mí, así os envío a vosotros. Dicho esto, sopló sobre ellos y dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn.20, 21-22).
Cuando la tarea evangelizadora se nos hace tan difícil, será bueno preguntarnos cómo y desde dónde la hacemos.
Con todo afecto.