Manuel de Diego Martín

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3 de mayo de 2014

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La Iglesia católica vivió el pasado domingo una jornada realmente histórica, ya que se dieron unos acontecimientos que nunca habían sucedido. Dos papas eran canonizados el mismo día y también otros dos se encontraban en la solemnísima celebración. Por una parte, el Papa emérito, es decir sin funciones papales, Benedicto y por otro lado, el  papa Francisco que en este momento ejerce el ministerio petrino. Fue conmovedor el abrazo que se dieron ambos Papas. ¡Qué momento de gozo y de gloria para la Iglesia! Y a veces nos quejamos del momento histórico tan difícil que nos toca vivir.

Precisamente el martes pasado celebrábamos la fiesta de Santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia universal. Ella es patrona de Europa junto con santa Brígida y Edith Stein. Esta santa mujer vivió con gran dolor en su tiempo la triste realidad de dos Papas enfrentados, uno en Avignon y otro en Roma. Ella con su inteligencia, habilidad diplomática e influencia social hizo lo posible e imposible por conseguir que no hubiera más que un papa en Roma. ¡Qué tiempos más tristes fueron aquellos para la Iglesia!

La gran lección del domingo pasado fue que la santidad no consiste tanto en lo que se hace sino el espíritu desde el que se actúa. La santidad radica en la fidelidad total a Dios. Lo que debemos contemplar en estos nuevos santos es la entrega y el amor con que actuaron para ser fieles a Dios y a su conciencia. A uno, esta fidelidad le llevó a abrir puertas y ganarse con ello amigos y enemigos. Al otro esta fidelidad le llevó a cerrar ciertas puertas y le ocurrió algo parecido. Para unos Juan Pablo II era buenísimo, para otros, el papa conservador que venía a romper muchas cosas. Al uno le tocó pisar el acelerador, a otro, a su vez, el freno. Lo importante es que los dos quisieron ser fieles a Jesús con todo su corazón y toda su alma.

Según el Papa Francisco lo que caracterizó a Juan XXIII es que estuvo abierto al Espíritu para ver lo que se le pedía a la Iglesia en aquellos momentos para abrir caminos nuevos. Juan Pablo II sin dejar de abrir caminos por todo el mundo, dice el Papa, se caracterizó en su preocupación pastoral por cuidar la familia, pues es la familia la que asegura la tradición cristiana. Sin familia no hay futuro y donde esté apagado el Espíritu, tampoco.

Así pues vemos cómo el Papa Francisco recoge la herencia dejada por estos dos gigantes santos para el bien de la Iglesia. A la que se añade la valiosísima aportación del papa Benedicto, sin olvidar la gran obra de Pablo VI. ¡Qué hermoso legado! Además, el Papa cuenta con la eficacísima intercesión de estos santos en el cielo y aquí en la tierra con las oraciones de este gran papa que fue Benedicto. El Papa Francisco, sin duda, tiene las espaladas bien cubiertas para llevar adelante su ministerio.