Manuel de Diego Martín

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10 de octubre de 2015

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En la segunda parte del “Intrumentum laboris” que es el Documento – guión sobre el que los participantes del Sínodo de la Familia están trabajando estos días en Roma, se afirma rotundamente la indisolubilidad del matrimonio. Aceptando este presupuesto, podemos ver toda la verdad y belleza de la familia tal como el Creador la ha soñado y Jesucristo la ha elevado al hacer del matrimonio un Sacramento, es decir, un signo visible de su amor. Esta es la gran aportación de la Revelación sobre el matrimonio y la familia.

En mis años de misionero tuve que convivir con la poligamia. Yo pude comprobar la emoción que sentían aquellos cristianos cuando nos visitaban nuestros padres y hermanos. ¡Qué suerte, nos decían, poder decir mi padre, mi madre, mis hermanos, allí todos juntos! Un catecúmeno que luego llegó a ser sacerdote nos comentaba que su madre estaba allá lejos en un pueblo con otros hijos y yo aquí tengo que estar con mi padre. Hay que notar que en África los hijos pertenecen al padre. Aquí tengo que estar, nos decía, con  la mujer de mi padre que no me quiere.

Y es que allá en el régimen de la poligamia, los hijos se casan con la mujer que los padres determinen. Luego las mujeres, cuando la cosa no marcha, que no suele marchar, pues es rara la mujer que permanezca con el primer marido, suelen escaparse con otros hombres. Eso sí, a los niños ya destetados los reclama en propiedad el padre. Podéis comprender la barraquera que esos críos tienen cuando se los separa de la madre. Yo he visto escenas como éstas, un hombre llevando en la bicicleta en un serón al niño, llorando como el corderillo bala cuando lo llevan al matadero. 

Pues bien, en este régimen de poligamia un día tuve que casar a un cristiano con una chica que conocía poco la fe católica. Yo me esforzaba en hacerle comprender que si se casaba con Martín, así se llamaba el chico, ya no podía escaparse como hacían otras compañeras suyas buscando otros hombres. Yo veía su cara de extrañeza. Hasta que un poco enfadada me dice: ¿Y si Martín no es bueno conmigo, yo qué puedo hacer? Claro, para ellas el escaparse era la solución. Yo le respondí que el muchacho iba a ser bueno con ella.

Y es verdad, cuando un hombre o una mujer no tienen bondad, el otro ¿qué puede hacer? Pues no puede más que escapar. En África lo arreglan así. Aquí nos despertamos con estas atrocidades de que un hombre mata a su mujer y luego se quita la vida. ¡Qué horror! Es verdad, donde no hay amor, donde no se intenta vivir para el bien, no puede haber indisolubilidad, no puede haber matrimonio de verdad.

Ayer mismo tuve la suerte de visitar a un matrimonio, ya los dos con casi ochenta años. La mujer lleva muchos años con Alzhéimer, ahora casi un vegetal. Y el marido cuidándola con todo cariño. Y me decía, cada día quiero más a mi mujer. ¡Qué hermosura! ¡Cuánto amor acumulado a lo largo de los años, esto sí que es un matrimonio de verdad!