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17 de julio de 2021
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A priori parece complicado contestar a esta pregunta. Vivimos bombardeados de información porque estamos conectados a medios de comunicación en tiempo real, a redes que nos relacionan al segundo y donde volcamos todas nuestras ideas, dudas, juicios y comentarios. Pero “la verdad”, esa que nos edifica, que nos hace sentirnos libres y asienta nuestros principios como personas, que tiene la potestad de hacernos caminar sobre seguro porque sabemos que estamos en el camino adecuado (aunque a veces se tengan dudas), esa verdad es muy difícil de conseguir. Además, el ritmo de vida que llevamos poco tiempo nos deja para plantearnos algunas cuestiones. Por eso, quizás estas semanas, en que parece que el ritmo de actividad baja un poco, podemos pararnos y plantearnos algunas cosas.
Nuestros días pasan de aquí para allá, sin parar, dedicados la mayor parte del tiempo a nuestro trabajo, a entregarnos a él para que salga lo mejor posible, para dar lo mejor de nosotros mismos en ese momento y en esas circunstancias. Mucho menos tiempo del que nos gustaría pasamos con la familia y con los amigos, y a veces no con la calidad que nos gustaría porque andamos preocupados con otras cuestiones. Y casi nunca dedicamos tiempo a nosotros mismos, a buscar momentos de silencio, de paz, de oración y encuentro con Dios para el que sea creyente. Siempre está todo, y todos, antes que nosotros, y nos olvidamos de que en la medida en que estemos bien nosotros podremos entregarnos más y mejor a todo lo demás. Suena egoísta pero es justo lo contrario, cuidarnos para cuidar.
En el evangelio de hoy escuchamos: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. También los discípulos vivían situaciones de cansancio, de entrega en la labor, de desolación… Por eso el Maestro les dice “venid”, “a un sitio tranquilo”, “descansad”… Ese maestro que ellos encontraron en Jesús, y que les abría las puertas al entendimiento, a la paz… es el “maestro” que cada uno llevamos dentro, porque, como decía Santa Teresa, no estamos huecos. Es la enseñanza, la serenidad que nos hace escuchar la verdad, que nos indica el camino de la felicidad, que encuentra cómo afrontar el día a día, resolver problemas y llevarnos a tener relaciones verdaderas con aquellos que nos rodean. Aquí está “la verdad”, en cada uno de nosotros, pero como ocurre con muchas cosas en la vida, lo más cercano es lo que más nos cuesta ver. Pero ahí está.
Y como los grandes tesoros de las películas no se hace fácil de encontrar, está señalado en el mapa pero hay que llegar a él, no sin esfuerzo, no sin constancia, pero ¿no vale la pena emplearse en aquello que conduce a la felicidad? Los mapas para llegar al tesoro no siempre son fáciles de leer, y hay trampas, enemigos, incertidumbres y toma de decisiones, pero… ahí está.
Hay una premisa para leer un mapa, saber situar dónde uno está y a dónde se quiere llegar. Con calma ver los trazados, las distintas alternativas, e ir tomando decisiones… en definitiva tomarse un tiempo y ver con calma la situación. Esto traducido a la vida interior consiste en su momento inicial: pararse, retirarse y hacer silencio. El camino hacia el “yo interior”, a la verdad, es más complicado, igual que lo es llegar al tesoro, pero sin esas premisas es muy complicado llegar.
¡Qué gran maestro Jesús! Quería apartarlos del bullicio para que estuvieran tranquilos, para que pudieran descansar y recobrar fuerzas… Para ser justos en el evangelio de hoy, aunque lo intentan, no lo consiguen, pero sí en otros muchos momentos, y reciben la explicación de las enseñanzas para que comprendan… Si fuésemos conscientes de lo que nos perdemos por no salir de la rueda de nuestra rutina, por no dedicar tiempo de calidad a nosotros mismos, haríamos todo lo posible por encontrar esos momentos. Muchas veces nos parecemos a esos ratoncillos que giran y giran constantemente en la rueda sin ir a ningún lugar… Rompamos con esa inercia, paremos la rueda y busquemos la verdad, la felicidad que se encuentra en nosotros mismos, sin que ella dependa de nada ni de nadie. Miremos más allá de nuestra realidad porque “lo esencial es invisible a los ojos” (El principito).
María José Alfaro Medina