Pedro López García
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12 de febrero de 2022
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El Evangelio de este domingo nos presenta las bienaventuranzas según la versión de San Lucas. Dice el texto bíblico que Jesús bajó del monte con los doce y, en una llanura, congregándose un gran grupo de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, les decía: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre… Bienaventurados los que ahora lloráis… Bienaventurados vosotros cuando os odien…”.
En primer lugar, vemos que en la versión de San Mateo las bienaventuranzas están dichas de manera general y en tercera persona: Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos…; aquí, sin embargo, el Señor habla de los que le escuchan: entre ellos están los pobres, los hambrientos, los que lloran, los perseguidos.
A las cuatro bienaventuranzas les siguen otras cuatro invectivas correlativas: “¡ay de vosotros, los ricos… los que estáis saciados… los que reís… si todo el mundo habla bien de vosotros…”.
La bienaventuranza es un don que supera el gozo, la dicha y la felicidad humana. Es un don que el hombre no puede conquistar por sus propios medios, sino que lo recibe gratis de Dios. Es un regalo divino que alcanza al ser humano incluso cuando las circunstancias no son propicias para tener alegría.
Esta bienaventuranza está destinada a los pobres que recibirán el reino de Dios. La pobreza en la Biblia se refiere a la privación, a la precariedad…, pero, sobre todo, se refiere a una situación donde uno vive y sabe que sólo depende de Dios, que su única seguridad no está ni en los bienes ni en los honores, ni en el éxito, sino sólo en el Señor. Es una sencillez y una libertad ante las riquezas que nace de poseer a Dios como único tesoro y que mueve a un estilo de vida simple, austero y misericordioso con los necesitados.
La riqueza como ídolo, sin embargo, pervierte el corazón, genera injusticia y violencia, e impide ver a Dios. El consuelo de la riqueza es efímero, pasajero, superficial y, si provoca que se retire el corazón de Dios, hace que el hombre pierda el sentido de la vida y la orientación fundamental de la existencia.
Bienaventurados son también los que tienen hambre, los que lloran y los que son odiados, excluidos, insultados y proscritos por el Hijo del hombre. El don de Dios hará que queden saciados, que rían con ganas y que salten de alegría.
Siempre me ha impresionado la invectiva ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! En nuestro mundo occidental, desarrollado, consumista, donde el despilfarro está a la orden del día, donde nos sobra de todo… no podemos descartar futuras situaciones de carestía en las que querríamos tener lo que ahora tiramos a la basura; pero, sobre todo, saciados y embotados por lo material, sin que ello nos dé la felicidad, no sabemos saciar el hambre más profundo del corazón: el hambre de amistad, de amor, de serenidad, de comunión, de libertad, de reconciliación, de perdón, de sentido, de esperanza, de vida, de Dios.
Pedro López García
Párroco de La Asunción de Almansa