+ Ángel Román Idígoras

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15 de octubre de 2025

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Un año más, tenemos la suerte de poder celebrar el Día del Domund. Se trata de vivir una jornada en la que se nos recuerda que Jesús quiere que vayamos al mundo entero y que anunciemos el Evangelio. En nuestro bautismo se nos llama a ser mensajeros y presencia de la esperanza cristiana.

Este día del Domund es un momento para dar gracias a todos los que nos han transmitido la fe y a todos los que están en primera línea, jugándose la vida por llevar la esperanza del Evangelio a todos los pueblos.

Es un día en el que se nos invita a rezar por ellos con mayor intensidad, y a alegrar nuestro corazón por su ejemplo valiente, su escucha a lo que Dios les llama y su sí decidido a Dios.

Es también un día para revisar y cuestionar nuestra manera de ser cristianos. Cada uno de nosotros está llamado a ser “misioneros de esperanza entre los pueblos”. Es una ocasión preciosa para plantearnos con sinceridad y expectación si el Señor nos está pidiendo que vayamos a llevar luz y vida a cualquier rincón de la Tierra. ¿Por qué no me lo va a pedir a mí?

Independientemente de la posibilidad de esa apasionante llamada, no cabe duda de que esa misión la tenemos en el trozo de tierra en el que vivimos. También nuestra gente necesita hoy escuchar la Buena Noticia de Jesucristo; necesita una palabra de aliento y de vida. Y somos nosotros los misioneros de esperanza en medio de nuestro pueblo; somos nosotros, los que hemos reconocido el amor de Dios derramado en nuestros corazones, los encargados de hacer presente en nuestro entorno, esa “esperanza que no defrauda” (Rom 5,5).

Contemplando la valentía de quienes son misioneros en lugares de persecución y violencia, nuestro corazón debe verse fortalecido para apoyarles, no solo con dinero o con oración, sino con nuestro testimonio vital y con nuestro ser fermento en la masa del mundo en el que nos movemos.

Resulta insuficiente colaborar y vivir el Domund de manera que no quede cuestionada e implicada la acción misionera en nuestra vida cristiana.

No podemos vivir cómodos, acobardados o indiferentes ante la necesidad de amor de Dios que tiene nuestro mundo. El Señor se fija en nosotros, nos llama y, como ya he dicho, nos propone: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19).

Jesús confía la salvación del mundo a cada uno de los bautizados. Por esta razón, urge nuestro sí incondicional y apasionado. Un sí que es personal, pero que se da como Iglesia. Ese sí eclesial nos fortalece y hace posible que esa misión sea vivida codo con codo, en la comunión de una Iglesia maternal que, con ternura y actitud de servicio, lleva a todos los pueblos la paz y la alegría que brotan de Jesús Resucitado.

Por otro lado, y sin pretenderlo, esta tarea revierte en nosotros llenando de ilusión y de sentido nuestras vidas; nos hace salir de la queja y de la parálisis; revitaliza nuestras almas y nos pone en movimiento. Este dinamismo misionero construye una nueva humanidad que alienta y pone en marcha nuestros corazones y los de nuestros hermanos… y hace que el mundo se llene de Dios.

Sigue habiendo luces y sombras en nuestra vida, pero todo se llena de esa esperanza que no defrauda y, por tanto, de ganas de vivir y de seguir adelante. Nos convertimos en peregrinos de un anhelo que no nace de deseos ni teorías, sino que brota de nuestro encuentro vital con Cristo.

Esta experiencia se convierte en un testimonio que hace presente al mismo Jesús en medio de nuestros hermanos: un Jesús que quiere hablarles al corazón para que se sientan llenos, palpiten, se llenen de luz y empiecen a gozar ya de la gran alegría del cielo que nos espera.

Que este Día del Domund nos despierte y nos ayude a concretar esta tarea misionera en nuestra vida y nuestra diócesis. Que la oración nos alumbre para que podamos descubrir a nuestro alrededor dónde hay mayor necesidad de esperanza para llevarla. Que nos unamos más como Iglesia para orientarnos unos a otros. Y que avive en nosotros la llamada que el Señor nos hace a ser “misioneros de esperanza entre los pueblos”.