+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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21 de octubre de 2017

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]V[/fusion_dropcap]uelve, una vez más, el día del Domund: un nombre y una jornada que siempre nos resulta familiar y que, a pesar de repetirse año tras año, conserva todo su brillo y novedad.

El Domund evoca, sobre todo, rostros de misioneros, templos abarrotados de fieles en África o en Asia con liturgias de una gran viveza y dinamismo, religiosas atendiendo a pequeños y mayores en dispensarios y, cómo no, evoca a niños armados de huchas solicitando un donativo. Los niños han tenido siempre una especial sensibilidad misionera. 

Fue Pío XI quien, el año 1926, estableció para toda la Iglesia el Domingo Mundial de la Propagación de la Fe (DOMUND). Su intención era suscitar en todos los católicos el compromiso por las Misiones. Veía el Papa que eran muchos los hombres y mujeres generosos que, dejando a su familia y renunciando a unas condiciones de vida cómoda y segura, partían hacia países lejanos para anunciar a Jesucristo, dar testimonio de Él con obras de servicio y misericordia y crear comunidades cristianas. Observaba que los misioneros eran admirados e incluso ayudados en sus múltiples iniciativas. Pero los cristianos de aquí no teníamos conciencia de que Jesucristo había hecho a toda la Iglesia la heredera de su misión, de que su encargo de anunciar el Evangelio a todos los pueblos nos atañe a todos. 

Es verdad que no todos los bautizados pueden ir como misioneros a otros países, pero todos tenemos la obligación de ser misioneros allí donde estemos y, por supuesto, de apoyar a quienes constituyen la vanguardia misionera de la Iglesia. Ellos nos representan a todos. Una manera fundamental de asumir este compromiso consiste en favorecer un conocimiento y aprecio mayor y mejor de las misiones y de los misioneros, suscitar un movimiento de oración por sus trabajos, la promoción y el cultivo de nuevas vocaciones misioneras y un apoyo económico firme para sus proyectos. Para esto nació y para esto pervive el Domund.

“Sé valiente, la misión te espera” es el lema del Domund de este año 2017. No son tiempos para permanecer en la indiferencia o en la pasividad, se nos dice. El papa Francisco no cesa de exhortarnos a tener el valor de retomar la audacia del Evangelio. El vigoroso atleta del cartel del Domund parece saltar en el vacío, sin punto de apoyo, pero lo tiene: es la Iglesia que lo envía y apoya.

Quieneshemos tenido la fortuna de visitar algunas misiones, hemos quedado asombrados de la ingente labor evangelizadora y promocional que realizan los misioneros. En los últimos decenios han sido varios cientos de millones las personas que se han incorporado a la Iglesia por el bautismo, sobre todo en África, Asia y América. Las obras sociales y educativas entre los más pobres, extendidas por todos los continentes, alcanzan cifras millonarias (escuelas, hospitales, obras de todo tipo para mejorar las condiciones materiales y humanas de las personas). Alguien decía que allí donde se implante una misión es como si surgiera un modesto polo de desarrollo.

Ese servicio misionero se realiza en buena parte gracias al Domund. Son más de 1.000 las diócesis del llamado Tercer Mundo que, gracias a la colecta del Domund, pueden evangelizar y practicar el servicio a los ú1timos, preparar a los sacerdotes… Mientras en Europa han disminuido drásticamente las vocaciones, casi han doblado su número en África, Asia y América. Con lo que se recoge en el Domund se levantan los templos, los lugares de encuentro, las obras sociales. Sin esta inyección anual, la actividad misionera se debilitaría notablemente.

Las Misiones ofrecen la fe cristiana a todos los hombres y mujeres. Porque es un gran bien profesar la fe, conocer el Evangelio, celebrar la Eucaristía, sentirse miembros de la gran familia de católicos del mundo. “Dichosos los que creen”, dijo Jesús Resucitado a Tomás, el escéptico. “No habéis visto a Jesucristo y creéis en Él con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la salvación”, escribía Pedro a los cristianos recién convertidos de Asia Menor. ¿Quiénes somos nosotros para privar, en nombre de no sé qué prejuicios, a unos seres humanos de la dicha de conocer a Jesucristo? El papa Francisco en su mensaje para esta Jornada nos dice que “el mundo necesita el Evangelio como algo esencial”. 

La Iglesia ofrece el Evangelio con el mayor respeto a las diferentes culturas, que modelan a los pueblos. No se trata de desarraigarlos de su contexto cultural, sino de ayudarles a vivir la fe en Jesús en medio de su cultura propia. Tampoco se trata de realizar obras sociales y educativas como un “cebo” para que las personas beneficiarias abracen la fe. Es parte esencial de la tarea evangelizadora, que consiste en anunciar a Jesucristo, vivir de una manera coherente con nuestra fe y servir y ayudar a los necesitados. La Palabra de la Fe tiene que ir acompañada siempre de las Obras del Amor. Por eso ayudamos a las Misiones y colaboramos con el DOMUND. Yo espero que nuestra participación en la Misión Diocesana acreciente y haga real nuestro sentido misionero.

Os invito a todos los diocesanos a intensificar, con motivo de esta Jornada, nuestra oración a fin de que El Señor siga enviando obreros a su mies, y para que sostenga en una alegre fidelidad a quienes han tenido la generosidad de entregar su vida al servicio de la misión. Oremos especialmente por nuestros misioneros y misioneras.

Y os invito a suscitar, a través de nuestra Delegación Diocesana de Misiones, una corriente solidaria de colaboración económica con las necesidades materiales de los misioneros y de las misiones que ellos y ellas llevan entre manos. ¡Gracias por vuestra generosidad!