+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos

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20 de octubre de 2012

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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]U[/fusion_dropcap]n año más, en el penúltimo domingo de octubre, la Iglesia católica celebra el Domingo Mundial de la Propagación de la Fe (DOMUND). 

Es una Jornada que viene a atizar cada año la responsabilidad misionera de cada cristiano, y a recordar, a la vez, la realidad apasionante de la Misión y de los misioneros: esa legión de hombres y mujeres que, como he dicho en otras ocasiones, derrochan generosidad, escribiendo casi siempre entre los más pobres, las páginas más bellas de gratuidad y de generosidad de nuestro mundo. El anuncio del Evangelio, ofrecido sin imposición, “se convierte, como dice el Papa en su mensaje para esta Jornada, en una intervención de ayuda al prójimo, de justicia para los más pobres, de posibilidad de instrucción en los pueblos más recónditos, de asistencia médica en lugares remotos, de superación de la miseria, de rehabilitación de los marginados, de apoyo al desarrollo de los pueblos, de superación de las divisiones étnicas, de respeto por la vida  en cada una de sus etapas”.

“Evangelizar constituye la dicha de la Iglesia, su identidad más profunda (E.N.14)”. El Evangelio ensancha el corazón y sensibiliza el alma para descubrir las necesidades de pan, de justicia, de amor, de Dios, de nuestros hermanos.

La Jornada del Domund, y todo el mes de octubre, que va adquiriendo en nuestras comunidades cristianas un marcado tinte misionero, es también una invitación a la oración, a la colaboración económica y a la promoción de la vocación misionera.

Durante este mes de octubre van a tener lugar en la Iglesia dos grandes acontecimientos: Del 7 al 28 tendrá lugar en Roma el XIII Sínodo de los Obispos, dedicado a “la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana”. Además, el Papa Benedicto XVI ha convocado un Año de la Fe, que se abrió el 11 de octubre, coincidiendo con el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y se cerrará el 24 de noviembre, en la solemnidad de Cristo, Rey del Universo. La fecha de apertura coincide también con el vigésimo aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, promulgado con la intención de dar al Pueblo de Dios una guía segura para descubrir y vivir la fuerza y la belleza de la fe.

La misión y los misioneros siguen siendo necesarios. La misión entre los que no conocen todavía a Cristo sigue siendo el modelo de toda evangelización. “También hoy, la misión ad gentes debe ser el horizonte constante y el paradigma en todas las actividades eclesiales, porque la misma identidad de la Iglesia está constituida por la fe en el misterio de Dios, que se ha revelado en Cristo para traernos la salvación, y por la misión de testimoniarlo y anunciarlo al mundo, hasta que Él vuelva”, dice el Papa en el citado mensaje del Domund 2012.

En nuestra sociedades occidentales, de antigua tradición cristiana, se esta viviendo en no pocos bautizados una apostasía silenciosa. Muchos viven como si Dios no existiera. Cuando eso pasa, cuando se cierra el horizonte de lo transcendente, el hombre fácilmente queda cerrado en si mismo y en sus intereses inmediatos. Por eso, el Papa nos ha convocado a una nueva evangelización, que ha de empezar por la renovación de la fe de los mismos bautizados, sólo una Iglesia evangelizada, puede ser, a su vez, evangelizadora. 

El Año de la Fe nos invita a redescubrir la alegría de creer y a volver a encontrar el entusiasmo de comunicarla” (Benedicto XVI, Porta fidei, 7). Estoy convencido de que la vivencia coherente del Año de la Fe, a la vez que nos capacita para evangelizar a los hombres de nuestras sociedades de vieja cristiandad, será fuente de gracia para que resurjan nuevos misioneros.

En este momento de crisis económica y de valores, que es como un atardecer en que se oscurecen las esperanzas de tantas personas, Jesucristo resucitado puede hacer, como hizo con los de Emaús, que vuelvan a arder nuestros corazones y que nuestra vida se llene de luz y de sentido (cf. Lc. 24,13-35).

El Domund tendría que hacer que nos preguntáramos: ¿cómo somos misioneros aquí, en nuestra familia, en nuestra tierra, país de misión cada vez más?, ¿con quién compartimos tanto el pan material como el pan de la fe?, ¿qué estamos dispuestos a hacer para apoyar la labor misionera?, ¿qué hacemos por los demás? La aportación material, tan necesaria, aunque no sea lo más importante del Domund, es estímulo, animación y fortalecimiento de fraternidad universal.