+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
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7 de noviembre de 2015
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[fusion_dropcap color="var(--awb-color2)" class="fusion-content-tb-dropcap"]N[/fusion_dropcap]o pretendo quitar importancia a las grandes gestas ni las grandes ideas; unas y otras pueden cambiar la historia. Pero lo que da color a nuestra vida, lo que la hace más o menos grata, más llevadera o más pesada, son los pequeños y a veces, los aparentemente insignificantes detalles. Un sencillo obsequio, una invitación inesperada, una simple sonrisa puede llenarnos de luz un día entero. Recuerdo lo que cuenta Tolstoy en Ana Karenina:Aquel joven hosco y pasota, que, por haber descubierto que la chica de sus sueños le ama, llora de emoción sólo con ver una maceta con flores o dos palomas arrullándose bajo un rayo de sol. Un pequeño detalle puede alargarnos el horizonte, cambiar el luto por perfumes de fiesta, hacer que todo adquiera un valor nuevo. Hay detalles que logran condensar con tal fuerza la vida del que los realizan que es como si por ellos se asomara el alma.
Por ahí va lo que Jesús nos quiere decir en el Evangelio de hoy, al resaltar el valor de lo pequeño, cuando esto se hace de corazón y de verdad. Es una buena enseñanza para un mundo en que, con relativa frecuencia, las cosas no valen por su identidad, sino por la publicidad.
Observa Jesús a los letrados, que, envueltos en sus amplios ropajes, buscan las reverencias de la gente -salir en la foto, diríamos hoy-. Ve también cómo los poderosos echan grandes cantidades, monedas contantes y sonantes, sobre todo sonantes, en los cepillos del templo. En ambos casos su juicio es duro y riguroso.
Se fija, al mismo tiempo en una escena tan sencilla que tiene que llamar la atención de sus discípulos para que la perciban: » Se acercó una pobre viuda y echó dos reales«. Este es el gesto que Jesús exalta: «Esa pobre viuda ha echado más que nadie«. Magnífica esta pincelada de Jesús con la que nos retrata el corazón de Dios y, a la vez, nuestro propio corazón.
La contabilidad de Dios no se guía por nuestro sistema de pesas y medidas. Para Jesús un gramo de amor pesa infinitamente más que toneladas de piedras preciosas.
Cuando el evangelista Marcos nos ha contado la vida de Jesús, a punto ya de empezar a contarnos su pasión, muerte y resurrección, no se le ha escapado contarnos este gesto de la viuda. Es un sencillo detalle, pero está hecho de amor macizo.
Me encanta lo que sugiere un comentarista (J.Guillén). Para él es como si con esta narración se nos dijera: “Puede que no te sientas capaz de hacer grandes obras por Dios. No te preocupes. El no busca tus cosas, sino a ti. Toma, pues, tu corazón, ponlo en cada una de tus pequeñas obras, en los pequeños detalles de tu pequeña vida y ofréceselo. Vale poco, lo sé. Como poco vale un pedazo de pan y una copa de vino, pobres frutos del humano esfuerzo. Pero tú veras, si los ofreces, lo que hace Dios con ellos. Tú verás, si te ofreces, lo que Dios es capaz de hacer contigo“. Porque Dios es capaz de hacer cosas grande con lo poco que somos.