Ricardo Magro Moreno
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5 de octubre de 2019
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Cada vez más, en la sociedad en que vivimos, encontramos gente que busca el poder, el mandar, el dirigir, el tener un puesto importante, buscamos el mayor rendimiento, sobre todo económico, con el menor esfuerzo posible.
Somos importantes, si salimos en la Televisión, o en cualquier medio de comunicación, si se habla de nosotros, recuerdo un amigo que me repetía, “ya sabes, que hablen de uno, aunque sea mal”, da igual lo que hagamos, lo importante es que seamos importantes.
Muy pocas veces buscamos el servicio, el hacer las cosas desde la gratuidad, simplemente por el placer de ayudar a otros, y si lo hacemos es de forma puntual.
Es muy loable, que cuando hay alguna desgracia, lo hemos visto estos días con las tormentas en multitud de sitios, la gente se eche a la calle para ayudar a sus conciudadanos, nos ponemos de barro hasta arriba, incluso arriesgamos la vida para salvar a otros.
Pero hacer de la solidaridad un estilo de vida y un proyecto de construcción de la sociedad, eso está muy lejos de nuestra realidad, la labor constante y silenciosa, el trabajo cotidiano, eso ya es más difícil de encontrar.
La palabra de Dios muchas veces nos pide ese compromiso, ese cambio de mentalidad, esa forma distinta de ser y de vivir.
El evangelio de este fin de semana nos presenta la visión de Jesús sobre la fe. Los discípulos piden más fe, reconocen que la tienen, pero se sienten limitados y tiene dudas. Les acaba de decir Jesús que tienen que perdonar, no hasta 7 veces 7 sino hasta 70 veces 7, ósea siempre. Jesús sabe que la única forma de construir una sociedad en paz es ser capaz de perdonar.
Jesús responde que no es cuestión de una fe mayor o menor, sino de una fe viva, no importa que sea vistosa y adornada, de grandes encuentros y hermosas manifestaciones llenas de estética. No es una fe personal que se queda en el yo. Habla de la fe como algo que no es estático, que no siempre es fijo. Habla de una fe qué tiene que estar apoyada en la vida, en las obras en las acciones que vamos día a día realizando.
Cuando se habla de fe, no se habla de creer en lo imposible, sino de hacer lo imposible que nos toca para que se hagan realidad los valores del Reino.
San Francisco de Asís decía a sus hermanos: “id al mundo, evangelizad. Y, si es necesario, también con las palabras”.
Demasiadas veces intentamos formular la fe, lo que pensamos, lo que hacemos, lo que creemos y olvidamos lo esencial, que es lo que hacemos.
La vida del creyente significa tomar opciones, opciones siempre de servicio y de servicio a los pobres, a los humildes, a los que normalmente están al borde del camino, opciones que no siempre serán bien vista y reconocidas, pero opciones que dan respuesta a la llamada de Jesús.
Igual que el criado, dice Jesús, se pone a servir, y no tiene porque recibir las gracias, “hemos hecho lo que teníamos que hacer “, así el cristiano tiene una misión, construir un mundo mejor, la misión de colaborar con el resto de la sociedad, de hacer que este mundo sea cada día mejor para todos como: luchar por la justicia, pero una justicia que se fundamente en la igualdad de derechos, en preocuparse por los más cercanos, como dice Jesús en el Evangelio, por los próximos, pero también por los que están más lejos, por aquellos que viven en otros puntos, en otras sociedades, en otras culturas, ir a unas situaciones a veces de pobreza e incluso miseria.
Pero sin olvidar que la pequeñez nunca es un obstáculo, igual que el grano de mostaza es muy pequeñito, pero se convierte en un gran arbusto, así también la vida de los creyentes se tiene que convertir en modelo para el resto de la sociedad, todos juntos como granos de mostaza hemos de construir un mundo de justicia, sin mirar a quien, para quien, solo por el proyecto de construir un mundo mas justo, una sociedad donde todos podamos disfrutar de este maravilloso mundo que se nos pide cuidar y compartir.