Antonio Manuel Tomás Pérez

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6 de octubre de 2018

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Difícil texto del evangelio de Marcos para aplicarlo a nuestros días. Es verdad que son los propios fariseos los que sacan el tema a Jesús ya que es un tema que entre ellos mismos es polémico, pero no por no poder divorciarse de la mujer. La propia Ley permitía al hombre judío divorciarse de su mujer (no así la mujer que en la ley judía no tenía ese “derecho” ni muchos otros que se otorgaban al varón).

La discusión de los fariseos era entre dos escuelas de interpretación del divorcio: una rama entendía el divorcio con más mano abierta para el hombre: el hombre podía repudiar a su mujer por cualquier causa. La otra permitía el divorcio sólo en caso de adulterio. Por tanto, lo que pretendían los fariseos, era alimentar esa polémica a propósito de Jesús y pillarlo por un lado o por otro.

Las palabras de Jesús en el Evangelio son claras. Primero les dice a los fariseos que es por causa de su dureza de corazón, “por su corazón de piedra”, por un interior duro e insensible, por lo que la Ley de Moisés tiene que contemplar el divorcio y después se retrotrae a antes de Moisés y pone el acento en lo que se dice en el libro del origen del mundo y de la historia de Israel que en hebreo se denomina “Bereshit”: “Al principio” y que nosotros conocemos como Génesis. En él se dice “Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Gn 2, 24)

No debía ser baladí esta cuestión del divorcio en época de Jesús (como tampoco lo es en nuestros días) ya que los discípulos de Jesús, ya en casa, volvieron a preguntarle sobre el tema. No les tenía que haber quedado clara la cosa (como tampoco queda tan clara la cosa hoy en día). Jesús, entonces, concreta muchísimo más: quien deja al hombre y se va con otro comete adulterio; pero también, quien deja a su mujer, aún amparado por la ley, comete adulterio. Es aquí donde Jesús iguala y mide a hombre y mujer por el mismo rasero. Aunque a primera vista pueda parecer una sentencia dura de Jesús, en el fondo su afirmación permite que la mujer tenga la misma libertad y responsabilidad que el hombre. Se podría decir que las palabras de Jesús son duras, que habrá que contextualizarlas en el momento actual en que vivimos, lo que no se puede decir es que Jesús hace distingos entre hombre y mujer (y quizás sea eso lo más revolucionario y extraordinario del texto). Los dos iguales, los dos la misma dignidad, los dos enteramente vulnerables al engaño, a la deslealtad. Los dos igualmente llamados al mismo ideal de matrimonio.

Jesús nos marca el camino ideal de la vida de amor en pareja: el respeto mutuo, el cariño, la lealtad, un proyecto común compartido, los bienes materiales también compartidos…

¡Genial! Pero la vida no es ideal y las personas no somos perfectas, y lo queramos o no hay parejas que se rompen, lazos que se deshacen, corazones que se parten, trastos que se tiran, personas que se hieren. Si se quiere ser honesto, no se puede blandir este trozo de evangelio como una bandera, o peor aún, como una espada para atacar sin piedad a los matrimonios rotos, a parejas separadas, a vidas que se han desgajado.

¿Qué tiene que decir el evangelio ante la situación actual de familias rotas, de fracturas en proyectos de vida comunes, de experiencias de violencia, más o menos explícita, de situaciones de fracaso y soledad? Habrá que ver la figura, los hechos y las palabras de Jesús en su conjunto para poder tener un poco de luz en estas cuestiones. Si recordamos en otros pasajes de la escritura Jesús nos habla de no juzgar para no ser juzgados, de no condenar (Mujer ¿nadie te ha condenado?, yo tampoco te condeno) y sobre todo de la gran importancia del perdón y de devolver la dignidad a la persona caída.

Instantáneamente nos surge la pregunta ¿qué actitud tomamos ante tantas personas, hombres y mujeres que han roto su matrimonio? A todos nosotros nos toca esta situación ya sea más de cerca o más de lejos, muchas de estas personas son familia o amigos nuestros. ¿Cuál ha de ser nuestra postura verdaderamente cristiana?

En primer lugar quizás tendremos que acoger, no rechazar y comprender la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio que, sinceramente, pienso no impide ni debe impedir una actitud de acogida, comprensión y ayuda ante las personas separadas. Cuando la Iglesia afirma la indisolubilidad del matrimonio lo que fundamentalmente quiere decir es que el ejemplo ideal de matrimonio es el de un amor fiel, trabajado, que se esfuerza en crecer en respeto, ayuda, cariño y fidelidad y que de esta forma puede ser sacramento, signo del amor de Cristo a los hombres. Las palabras de Jesús “Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre” nos llevan a defender de forma clara la exigencia de respeto y fidelidad que encierra el matrimonio. Pero estas mismas palabras ¿No nos llevan también a no marginar, a acoger a aquellos hermanos y hermanas que sufren las consecuencias de un primer fracaso matrimonial?

Antonio Manuel Tomás Pérez
Diácono Permanente de la parroquia de Santo Domingo