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7 de octubre de 2017

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La relación de Dios con la humanidad es una historia de amor no correspondida. El Señor cuida de nosotros con paciencia y delicadeza, como el agricultor la viña. Los frutos no son siempre los esperados ya que el ser humano, en ocasiones, responde a la invitación de encuentro con violencia o indiferencia.

En el camino de lectura del evangelio de Mateo nos encontramos con la segunda de las parábolas, esta responde al ambiente de hostilidad contra Jesús en Jerusalén y, en concreto, al cuestionamiento de su autoridad.

Os propongo un ejercicio, que antes de seguir leyendo el articulo cojáis vuestra Biblia y leáis el pasaje, Mateo 21, 33-43. Hacerlo con calma, tomaos un tiempo. Una vez leído intentar hacer silencio dentro de vosotros, es sencillo, solo tenemos que apagar el televisor y poner en silencio nuestro móvil, alejaros a alguna habitación de la casa más tranquila, solo serán unos minutos. 

Vamos a tratar de descubrir que nos dice el texto. Mateo se inspira al escribir esta parábola en el pasaje de Marcos 12, 1-12. Como en el texto que leíamos en domingo pasado, podemos distinguir entre la parábola propiamente dicha y la aplicación que hace Jesús. 

En la sociedad galilea de la época, era común que un propietario arrendara sus tierras a algún labrador para que las cultivara y le entregara la parte correspondiente de los frutos como pago por esa cesión. A causa de las malas cosechas, los altos impuestos y la tasa de fruto que tenían que pagar al dueño, en muchos casos las condiciones de vida de estos labradores eran verdaderamente penosas y ya se habían producido algunas revueltas contra los propietarios. La situación que describe la parábola era, pues, familiar para los oyentes.

Tras el maltrato y muerte sufridos por los primeros criados, el propietario envía a otro grupo, mas numeroso que el anterior, que padece la misma suerte. En una prueba de paciencia con los labradores, para darles una nueva oportunidad y que cambien de actitud, el propietario envía finalmente a su hijo. Con mayor alevosía que en los casos anteriores, por su intención manifiesta de quedarse con la herencia, los labradores agarran al hijo, lo sacan de la viña y lo matan.

Vamos a detenernos para ver a quien representan los distintos personajes. Dios es el dueño de la viña, Israel y, de manera especial, sus dirigentes, son los labradores, y la viña es el Reino entregado a ellos. Con el trascurso del tiempo el dueño envío a sus criados (los profetas) a recoger el fruto y fueron maltratados por los labradores (los dirigentes de Israel). Finalmente, manifestando su infinita paciencia, envío a su hijo (Jesús), quien también sería asesinado por aquellos (sanedrín).

Es evidente que cuando Jesús narra esta parábola los dirigentes judíos no saben como va a terminar la historia, de ahí su respuesta. Sin embargo Jesús se dirige a ellos citando la Escritura, el salmo 18. 

Jesús es la piedra desechada por los “constructores” judíos y convertida en piedra angular del Reino. Como aquellos no supieron reconocer la piedra, el Reino se entregará a un nuevo pueblo que reconocerá en Jesús a su piedra angular y que dará los frutos propios del Reino.

Estas palabras ayudaron a comprender a la comunidad cristiana la ruptura que se estaba consumando con el judaísmo, en cuyo seno había surgido, a la vez que les confería una plena identidad como el nuevo pueblo de Dios y les confirmaba en su misión: el anuncio de la Buena Noticia del Reino a todas las gentes.

Este pasaje de hoy no es algo del pasado. Nos cuestiona como pueblo creyente, como nueva viña a la que Dios sigue cuidando con infinita ternura. Demos gracias a Dios por su fidelidad y su paciencia con nosotros. 

Juan José Fernández Cantos
Diácono Permanente de la parroquia de San José