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1 de octubre de 2016

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Mi amigo Juan siempre me dice «Algo tié que haber». Lo hace con una sonrisa y con cierta convicción porque no deja de repetírmelo cada cierto tiempo y en las ocasiones en que nos encontramos despidiendo algún conocido en el tanatorio. «Algo no, Juan, Alguien» le contesto yo. Y es que los dos sabemos que esta vida es más que lo que aparentemente vivimos, sobre todo, que hay Alguien que me espera, que me acompaña, que me escucha y sabe de mi vida. Por eso a mí me pacifica saber que es Alguien quien me espera y no un algo inmutable.

Me encanta saber que hay Alguien que sabe de mi vida, que le importo y que me enseña un camino de felicidad. Pero hay ocasiones en que esta convicción me falla, se me nubla. Son las parcelas de mi vida donde el dolor es tan amplio que parece que inunda todo mi ser hasta apartar lo más profundo de mis sentimientos. Son esas veces donde el ver que no avanzo me llena de tristeza y desesperación. Hay mucho de duda en mi vida y eso lima mi esperanza. En esas ocasiones me viene bien tranquilizar el alma, sosegar el corazón y no tomar decisiones importantes. Pero también me vale escuchar esa petición de “aumentar mi fe”.

“Auméntanos la fe”. La petición no es singular es plural. Se ensancha, abre la intención y la mirada. No se cierra porque ahoga, sino que sale de sí para crecer y expandirse. Y es que en este ritmo de vida que llevamos donde lo prioritario es el “Yo”, la Palabra de Jesús nos invita en este domingo al “Nosotros”. ¡Qué bueno es rezar unos por otros, pedir en plural! La Palabra me sigue sorprendiendo en su llamada a mirar más allá de mi propio sufrimiento y desesperación, a salir de la indiferencia y a ponerme a observar y contemplar con calma. Saber que otros hablan a ese Alguien por mí también me llena fortalece, me hace sentirme familia y más humano.

Todos podemos hacer nuestra esta invocación. Hoy también nosotros, al igual que los apóstoles, le decimos al Señor: “Auméntanos la fe”.

Sí, esa fe que es débil que a veces se rompe, que es frágil, sobre todo cuando vemos el sufrimiento y la desesperanza de tantos hermanos nuestros, tocados por la enfermedad, los problemas familiares, el paro… pero que debe ser lo principal en nuestra vida en comunidad. Sintiéndonos responsables, al igual que los discípulos, de los más débiles de nuestras comunidades.

La fe es esa búsqueda y encuentro personal con Dios. No siempre esta experiencia es constante, unas veces dudamos, no confiamos plenamente, por eso pedimos al Señor que aumente la fe, una fe auténtica, para que con gestos sencillos, pequeños, que no cuestan nada, logremos un cambio importante en nuestra sociedad. Teniendo muy presente el importante poder de la fe que nos transforma por completo cuando confiamos en Él y ponemos en práctica su mensaje.

¡Qué estupendo tener fe! Pero realmente no es virtud nuestra, sino auténtica gracia de Cristo. Y por supuesto ha de ser una respuesta libre para que sea auténticamente humana. Nosotros al igual que los discípulos debemos tener claro que no es fruto de nuestro interés o esfuerzo, sino que debemos estar convencidos que es regalo de Dios.

Debemos servir a la comunidad con humildad y desprendimiento hacia el prójimo. Ninguno es indispensable y toda nuestra vida debe ser una respuesta agradecida a sus dones y no una búsqueda de recompensa. Cuando servimos a los demás es al mismo Jesús a quien servimos.

Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. No dejaremos todo a nuestra suerte, dejaremos que ese Alguien también actúe. Confianza siempre. 

Juan Carlos Guerra Trujillo
Diácono Permanente del Sagrado Corazón de Hellín