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30 de septiembre de 2017

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Resulta muy oportuno encontrarnos precisamente en este tiempo de inicio de curso con el fragmento del Evangelio que nos propone la liturgia para este domingo.

El padre de la parábola hace a sus dos hijos un llamamiento para que vayan a trabajar a sus tierras. Con esto mismo, Dios nos invita a cada uno personalmente a poner todos nuestros esfuerzos en la realización de un proyecto común, que compartimos los hermanos entre nosotros y con el Padre. Ante los tiempos de misión, de salida a dar el cayo y de brega en la siembra en la que nuestra Iglesia se halla inmersa, tenemos que ser realistas y veraces en nuestra respuesta.

Volver a comenzar, un año más, repuestos en fuerzas y ánimos, pero a la vez desgastados por el peso de los años e ilusiones no siempre bien satisfechas, nos puede llevar a decirle al Padre “no voy”. Así lo hace uno de los dos hijos de la parábola. Pero después recapacita en su error, y nosotros lo hacemos con él, y acabamos parafraseando a Pedro en aquél otro pasaje: “Señor, dónde vamos a ir, si no es contigo y por ti”. Sabemos que el mundo necesita de testigos verdaderos, dispuestos a asumir las dificultades de la labor, pero que a pesar de ser conscientes de ellas no quieren tirar la toalla; y se ponen manos a la obra, porque bien saben que la obra no es suya, y que el que la sustenta es fiel y no permitirá que las fuerzas flaqueen hasta poner en riesgo la misión.

Pero tampoco queremos caer en el error del otro hijo de la parábola, que se mostró voluntarioso ante el envío del padre, pero cuya animosidad se desvaneció quién sabe si ante la dureza del encargo, ante la pereza por volver a ponerse en camino o ante cualquier otro pequeño escollo que lo condujo al desánimo que aquieta los cuerpos pero no las conciencias.

Una relación con Dios vivida con sinceridad de corazón debe hacer de nosotros, Iglesia permanentemente en salida y en conversión, una comunidad generosa en la entrega, pero que se sabe a la vez limitada y falible. Que pone sus esperanzas y fortalezas en el Señor de la viña, y que se empeña en que ésta dé el mejor de los frutos, precisamente porque participamos de una experiencia personal: cada uno hemos podido constatar a menudo en nuestra vida el resultado del seguimiento del Evangelio. De la llamada del Padre se espera una respuesta, que resulte en la conversión de una vida mediocre a una fructuosa; el cambio de una actitud pasiva, a una más activa y constructiva que colabore a la edificación del Reinado de Dios.

Conversión. Cambio de actitud. Fructificar personalmente y hacer fructificar las estructuras sociales desde dentro, es lo que logran los últimos, los descartados, los que para la sociedad no cuentan  e incluso estorban (todos ellos, representados en el Evangelio por los publicanos y las prostitutas que sí que acogen el mensaje de salvación que se les proclama). Con cierta frecuencia, nos descoloca la lógica divina, que tanto se aleja de la nuestra, mundana y medidora de fuerzas y esfuerzos.

Un buen propósito para este curso que apenas comienza sería precisamente ése: ser menos lógicos –humanamente lógicos, calculadoramente lógicos-, para dejar lugar en nuestras vidas y en nuestras actuaciones a la ilógica del amor y de la entrega generosa, sin medidas y miramientos, a trabajar por la construcción de ese Reino superior en el que Cristo nos sigue invitando a participar.

Juan Iniesta Sáez
Párroco de Elche de la Sierra