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27 de septiembre de 2014

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Jesús comienza hoy el evangelio con una pregunta. «¿Qué os parece?». Así quiere implicarnos en esta parábola aparentemente sencilla pero que no nos puede dejar indiferentes porque estas actitudes son también nuestras y es preciso caer en la cuenta de cual es nuestra actitud. Nos dice la parábola que un padre tenía dos hijos muy distintos, a los dos los manda a trabajar a su viña. El primero le dice «no voy» pero luego se arrepintió y fue el segundo le dice «voy» pero no fue. Y la pregunta: ¿cuál de los dos hizo lo que quería el padre? La respuesta parece obvia, el primero lógicamente. Pero si es tan obvia es para que caigamos en la cuenta de que en nuestra vida cotidiana no lo tenemos siempre tan claro. Porque muchas veces se nos va «la fuerza por la boca», nos gusta quedar bien con palabras bonitas, y después hacer lo que queremos pensando que hemos quedado bien con nuestra palabrería. Pero no es así porque cuando luego no se ve traducido en obras nuestras palabras, se descubre nuestra incoherencia y quedamos desacreditados. Esto es lo que el Señor nos advierte hoy en el evangelio, que nuestras palabras se verifican con nuestras obras, sino son palabras «que se lleva el viento». Descubren nuestra incoherencia, por eso hace falta la actitud de la conversión, para que nuestra vida sea coherente entre lo que decimos y lo que hacemos, esa unidad entre las palabras y las obras son el signo de una auténtica conversión que nos lleva a la coherencia, es señal de que la Palabra del Señor la llevamos en el corazón y la vivimos en nuestras obras.

El primer hijo que dice no pero luego va a trabajar a la viña, va porque se da en él una actitud que es fundamental; «se arrepintió», asumió lo que el padre quería y hubo una trasformación interior, una conversión. Es lo que el Señor nos está pidiendo en este evangelio una conversión constante para asumir en nuestras obras su Palabra, su invitación a trabajar en su viña, a vivir los valores del Reino de Dios en nuestra vida. A vivir de verdad no sólo de palabra sino, sobre todo, con nuestras obras que es la auténtica señal que su Palabra ha trasformado nuestro corazón y nuestra vida. Lo que no nos trasforma es lo que no asumimos podremos escuchar muchas veces la invitación a trabajar en la viña y decir que si con nuestras palabras pero si no se traduce en nuestras obras, no sirve de nada. Esta es la queja que Dios da al pueblo de Israel a través del profeta: “Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está muy lejos de mí”. No se trata de decir solamente con nuestros labios que si hay que confirmarlo con nuestra forma de vivir que esa será la señal de que estamos trabajando en la viña del Señor.

Tendremos que reflexionar hoy a la luz de este evangelio ¿cuáles son mis obras? ¿Estoy trabajando de verdad en la viña de Señor? Es una seria reflexión que me invita a ver mis obras concretas las que estoy realizando, no las que me gustaría realizar, y ver a la luz de mis obras cual de los dos hijos soy si soy el que dice voy pero no va, mis obras no tienen nada que ver con el Reino de Dios. O si soy el que dice no pero, en mi vida si se realizan las obras del Reino de Dios.

En esta parábola faltaría un tercer hijo que es el que diría que sí y va, de este Jesús no ha hablado pero este sería el ideal, quizá Jesús no hable de este tercer hijo porque este es Él mismo. Y nuestra tarea de cristianos está siempre en camino y es la de configurarnos con Jesús. Ir pareciéndonos cada vez más a Él que es el Hijo, el que dice sí al Padre con sus palabras y con sus obras. Por eso, Jesús hablaba con autoridad, porque en Él se daba la auténtica coherencia de vida, a la que nos llama hoy en este pasaje evangélico. Que esta palabra de Jesús la hagamos vida como María que escuchó la Palabra de Dios y la hizo vida en sus obras.

José Javier Alejo López
Párroco de Alborea