Juan José Fernández Cantos

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22 de septiembre de 2018

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Hoy en día, la sociedad nos presenta como un logro el poder y el bienestar. Supeditamos nuestras vidas para satisfacer nuestras ambiciones, buscar la felicidad a través del deseo, que con el tiempo descubrimos que nunca es suficiente.

Los cristianos estamos llamados a una vocación extraña: humildad y servicio. Dos actitudes improductivas para esta sociedad competitiva, pero fundamentales para aquellos que creemos que “solo el amor abre caminos inesperados”.

Tras curar a un niño, Jesús se marcha con sus discípulos en busca de tranquilidad. Durante el camino, en la intimidad Jesús realiza nuevamente un anuncio de la pasión. Este se relaciona, dentro de esta “sección del camino”, con la afirmación que Pedro hacía en el evangelio del domingo pasado en nombre de todos los discípulos. De nuevo Jesús toma aparte a sus discípulos y los instruye. Su mismo camino de entrega es catequesis.

El relato nos subraya que Jesús es el Mesías, pero Pedro no comprendía, como expresaba el evangelio del domingo pasado. A partir de este momento Jesús comienza a hablar con mayor claridad. Ahora ya no es Pedro solo, sino todos los discípulos quienes no comprenden. Pedro ansiaba un mesías político, los Doce ocupar un puesto importante en este Reino que Jesús quería instaurar.

Nuevamente, ante un malentendido de los discípulos, una instrucción de Jesús sobre quien es el mayor en este Reino inaugurado por él. Es una instrucción con un gesto en el centro. Se trata de una revelación de la dignidad eminente del pequeño y de la grandeza del servidor: Jesús, que se manifiesta “mesías” por los caminos del sufrimiento, la muerte y la resurrección, trae consigo una inversión de los valores.

Los discípulos “no entendían lo que quería decir” porque los valores que priman en sus vidas son distintos a los de Jesús. Es curioso y paradójico que la incomprensión, lejos de ir desapareciendo, aumenta conforme se va desvelando el verdadero rostro del Mesías-Jesús. Culminará con el abandono en los días de la pasión. ¿Por qué no entienden los discípulos? Cuanto más escuchan menos entienden, cuanto más avanzan con Jesús menos le siguen. El pasaje de Mc 4,12 señala que los de fuera “por más que miran no ven, por más que oyen no entienden…”. Los discípulos, en teoría, puesto que los ha llamado Jesús, no se encuentran fuera. ¿Dónde están entonces?

Los dos últimos domingos hemos contemplado a los discípulos sumergidos en una crisis de fe. Jesús, dice el evangelio del domingo pasado, “les hablaba con toda claridad” (Mc 8,32). Pero, a pesar de eso, no terminaban de comprender (Mc 9,32). A nosotros nos puede suceder lo mismo: el Señor nos indica un camino y nosotros nos dedicamos a discutir de otros asuntos contrarios a lo que Jesús nos dice.

Ciertamente, es sencillo encontrarnos reflejados en la experiencia de los discípulos. Nuestra vida de cristianos, nuestro seguimiento, está lleno de claroscuros, luces y sombras, incomprensiones… Nos cuesta entender que la presencia y bendición de Dios pasa por la entrega y el sufrimiento.

La Palabra de Dios se dirige a cada uno de nosotros, interpela nuestras vidas y cuestiona nuestra manera de vivir. La humildad y el servicio no son dos valores que gocen de gran aprecio en nuestra sociedad. Sólo se pueden comprender y recorrer desde una vida en la que la oración, y la contemplación sean frecuentes.

“Que ningún aire de orgullo se manifieste en nosotros, sino que la simplicidad, la armonía y la actitud sencilla forjen nuestra comunidad. Y que cada uno se persuada no solo de que no es superior al hermano que vive con él, sino que no es superior a ningún hombre.

Cuando hayamos entendido todo esto seremos en verdad discípulos de Cristo”

San Gregorio de Niza

 

Juan José Fernández Cantos
Diácono Permanente de la Parroquia de San José