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23 de septiembre de 2017

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Que Dios es bueno con nosotros, es algo que los seguidores de Jesús no ponemos en duda, pero a veces imaginamos esa bondad a nuestra manera.

Jesús quiso dejar claro que la bondad de Dios está por encima de nuestros esquemas y cálculos. Dios no es como nosotros.

El relato evangélico de este domingo nos invita a no empequeñecer nunca la bondad misteriosa de Dios. Jesús va a comparar el reino de Dios con lo que sucede en una jornada de vendimia con el propietario de la viña y sus jornaleros.

“El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña”. Así comienza Jesús su relato. Se acerca a un grupo de jornaleros, acuerda con ellos el salario de un denario y los envía a trabajar a su viña. No es gran cosa, pero sí lo suficiente para responder, al menos durante un día, a las necesidades básicas de una familia campesina.

El dueño vuelve a la plaza a media mañana, hacia mediodía y a media tarde. Contrata a los que están sin trabajo. A estos no les habla ya de un denario; les promete “lo debido”. ¿Cómo le van a exigir nada? Se marchan a trabajar confiando en lo que el señor les quiera pagar.

El propietario vuelve todavía al caer la tarde. Se encuentra con un grupo que sigue en la plaza sin trabajo. A pesar de que ya no es mucho lo que pueden trabajar, les dice “id también vosotros a mi viña”. A estos ni les habla de salario. ¿Qué les puede pagar?

Los oyentes no pueden entender este ir y venir del señor para contratar obreros. ¿Qué clase de patrono es este? ¿Por qué actúa así? El relato no dice nada acerca de la cosecha. Sugiere más bien que no quiere ver a nadie sin trabajo.

Llegó la hora de retribuir a los jornaleros. El dueño ordena que el pago se haga empezando por los que acaban de llegar. Entre los jornaleros se despierta una gran expectación, pues, aunque apenas han trabajado una hora, perciben un denario cada uno. ¿Cuánto les dará a los demás?

La decepción es enorme al ver que todos reciben un denario. Incluso los que han estado trabajando todo el día. ¿No es injusto? ¿Por qué a todos un denario si el trabajo ha sido tan desigual? Es lo que dicen en su protesta. Sin duda, los oyentes están de acuerdo con su protesta. Estos jornaleros no se oponen a que los últimos reciban un denario, pero ¿no tienen derecho a que el señor sea también generoso con ellos? Está bien la generosidad con los que sólo han trabajado un rato, pero ¿no exige la justicia esa misma generosidad para con los que han trabajado todo el día?

La respuesta del señor al que hace de portavoz es firme: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario?… ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener envidia porque yo soy bueno?”.

Los que protestan le piden al dueño de la viña que los trate a todos según un sistema de estricta justicia, pero él se mueve en otra órbita. No es injusto con nadie. A todos les da lo que necesitan para vivir: trabajo y pan. No se preocupa de medir los méritos de unos y de otros, sino de que todos puedan cenar esa noche con sus familias. En su comportamiento, la justicia y la misericordia se abrazan.

¿Qué está sugiriendo Jesús? ¿Es que Dios no actúa con los criterios y cálculos que nosotros manejamos para imponer justicia e igualdad? Esta manera de hablar de Dios ¿no rompe todos nuestros esquemas religiosos? ¿Es que Dios no trata a sus hijos atendiendo escrupulosamente a lo que se han merecido?

No es fácil creer en esa bondad insondable de Dios que supera todos nuestros esquemas. A más de uno le puede escandalizar. ¿Será verdad que Dios no está tan pendiente de nuestros méritos, como a veces sospechamos, sino que está atento más bien a responder a nuestras necesidades? ¡Qué suerte si Dios es como sugiere Jesús! Todos podemos confiar en este Dios, aunque nuestros méritos sean pequeños y pobres.

El mensaje de Jesús nos invita a dejarle a Dios ser Dios. No hemos de empequeñecer su amor infinito con nuestras ideas y esquemas, ni desfigurar su rostro bueno con trazos de un Dios justiciero, tomados del Antiguo Testamento, y por deformaciones que nacen de nuestros propios miedos y egoísmos.

Dios es bueno con todos. Nos mira con amor, lo merezcamos o no. Su bondad misteriosa está más allá de la fe de los creyentes y del ateísmo de los incrédulos. Ante este Dios lo único que cabe es el gozo agradecido y la confianza total.

Antonio García Blanquer
Diácono Permanente Ntra. Sra. del Pilar