|
15 de octubre de 2016
|
468
Visitas: 468
Hace unos días me vino a la memoria una canción que hacía tiempo no tarareaba. De manera especial me gusta esta frase: “Señor, me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre”. Estas palabras me hicieron volver a reflexionar sobre aspectos importantes, porque habla de reconocerse elegido y amado por Alguien que mira en lo profundo del ser, allí dónde es necesario acercarse con prudencia para no lastimar, con cariño y ternura, con respeto… Y todo porque el otro, se nos olvida muchas veces, es terreno sagrado, criatura única e irrepetible.
En nuestro día a día tenemos multitud de tareas y responsabilidades que a veces realizamos casi por inercia, sin pararnos a pensar en las personas que nos rodean, o con las que nos cruzamos y compartimos algunos momentos de nuestra vida. En realidad a muchos de ellos no los conocemos en lo realmente importante, sin embargo en muchas ocasiones, sin ser conscientes, nos convertimos en ese juez que “ni temía a Dios ni le importaban los hombres”. Porque es fácil quedarse en la comodidad de lo que uno piensa y siente, porque se hace fácil el juzgar los comportamientos y actitudes del otro, porque adoptamos la postura de tener los principios de verdad. ¡Qué distinto sería todo si mirásemos a los ojos! Si tratáramos de ver en el otro al prójimo, si nos tomásemos el tiempo de descubrir su “ser” y no sólo valorar su “tener” o su “actuar”, si pusiéramos más corazón y menos razón…
De esa nueva mirada brota también el saber estar al lado del otro viviendo cada día, superando los obstáculos y alegrándonos de su felicidad. No hace falta saber dar consejos, no hace falta saber las respuestas, sólo es necesario querer vivir compartiendo lo que uno es, dando la mano y diciendo “aquí estoy para lo que necesites”. Entonces la realidad sería muy distinta, porque no cedo porque el otro me molesta, no actúo por compromiso, ya no doy porque me sobra…
Viviendo así es como nos convertimos en la respuesta a muchas de las oraciones que hay a nuestro alrededor. Porque, si lo pensamos, quizá muchos de nosotros nos descubriríamos en la posición del juez injusto que tiene en su mano la solución pero que no la ejercita. ¿Cuántas veces pedimos la paz en el mundo sin ser nosotros “paz” allí dónde estamos? Por eso se hace necesaria la mirada de ternura capaz de descubrir, capaz de ir más allá de uno mismo, para convertirnos en instrumentos, instrumentos válidos que den cobertura, en la medida de nuestras posibilidades, a las necesidades del otro. Seremos así personas capaces de sostener o de empujar al mundo, y no personas que frenan, que se convierten en barrera.
Pero existen otras muchas cosas que sobrepasan nuestras capacidades. Por eso es necesario orar. Tenemos que pedir la Luz que nos haga comprender las realidades que escapan a nuestro entendimiento, que nos haga conscientes, pero conscientes de verdad, y no durante los minutos que duran las noticias que escuchamos, de tantas y tantas necesidades… Y también están las necesidades personales, aquellas que llenan de dolor nuestros días y que muchas veces nos hacen sentir abandonados… Es en todas estas situaciones dónde debe hacerse más fuerte la oración. Es ahí dónde debe existir la petición constante, la súplica confiada.
A veces sentimos que no somos escuchados en las oraciones que hacemos, pero quizá nuestra petición no sea la adecuada, o quizá no sea el tiempo de cumplirse… Si nos sabemos amados, hemos de confiarnos totalmente. Pero hemos de asumir que Dios tiene su propio tiempo y que éste también actúa en la persona de una forma que sólo Él conoce. Porque mientras espero mi respuesta sigo caminando, sigo purificando mi alma, mis sentimientos, mi vida… quizá esa sea la mejor respuesta a mi oración, aunque yo no lo sepa. En todo, en lo bueno y en lo malo, hay algo que aprender, algo que me ayuda a madurar. Quizás también aquí necesitemos “mirar” de otra manera, porque quién pide con fe recibe, aunque no siempre en la forma deseada y con la inmediatez requerida. Después de creer nos toca la parte más fácil: pedir y confiar.
Me alegro de haber recordado la canción, me alegro de haber tenido la oportunidad de volver a reflexionar algo tan importante en la vida como “saber mirar”.
María José Alfaro Medina
Agente de Pastoral de Ntra. Sra. de Las Angustias