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10 de septiembre de 2016
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¿Quién no ha perdido alguna vez algo? ¡Y qué alegría cuando lo encontramos!. Eso mismo les pasa al pastor y a la mujer en el Evangelio de hoy, en el momento que encuentran lo perdido (la oveja o la moneda) sienten tal alegría que no se la pueden callar, la tienen que compartir con sus amigos y vecinos. Si esto ocurre por una oveja o una moneda, imaginaos la alegría de un Padre que recupera a un hijo, le da igual lo que haya hecho. El caso es que está con él y tiene que celebrarlo.
Jesús habla al corazón de los fariseos, y desde la sencillez y el cariño les regala tres parábolas para que puedan comprender por qué “acoge y come con pecadores”. Habla con tal claridad que sus ejemplos los podemos entender hasta los más “torpes”.
Y así de sencilla es la fiesta del Perdón. Un Dios tan enamorado de sus hijos que no duda en estar con los brazos abiertos esperando para regalar su Perdón, un Perdón sin condiciones que como en la parábola, no quiere grandes discursos de arrepentimiento sino que se “conmueve” simplemente viendo a su hijo regresar a Casa. Y eso es para mí la Misericordia: un abrazo del Padre tan fuerte que rompe todos tus miedos y te invita a empezar de nuevo. Y si es así de fácil… ¿Por qué lo complicamos tanto? ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar el perdón, perdonar o incluso nos molesta que perdonen a otros? ¿Por qué no podemos nosotros vivir en plena fiesta de Reconciliación?
Hay veces que preferimos nuestra amargura a la Fiesta de la Bondad de Dios, nos empeñamos en llevar la razón y, como el hijo pequeño nos perdemos y malgastamos los Dones regalados. En otras ocasiones nos perdemos sin salir de casa, y como el hijo mayor nos enrabieta el ver cómo el Padre perdona a todos sin excepciones, y en vez de seguir su ejemplo sufrimos y nos duele la alegría ajena.
Ha sido una gozada que la JMJ de Cracovia estuviese enmarcada dentro del Año de la Misericordia. Era impresionante el ver cómo, aún habiendo tantos jóvenes, podíamos conseguir esos momentos de silencio, de oración y de rumiar las palabras del Papa y todo lo que íbamos viviendo. También había espacios para recibir ese Abrazo del Padre, tanto en las diferentes iglesias, en confesionarios montados para la ocasión e incluso allí dónde había un sacerdote, siempre estaban disponibles para convertirse en los brazos de Dios y transmitirnos su Perdón. Uno de los días, fuimos de peregrinación al Santuario de San Juan Pablo II, nada más entrar te ves envuelto por la belleza de los mosaicos del Padre Marko Rupnik, siendo cada uno de ellos una auténtica catequesis; en uno se narraba la escena de un milagro de Jesús, en el que se veía al “recién salvado” abrazado dentro del manto de Jesús, un gesto de tanto cariño, tanta cercanía que pierde importancia el milagro en sí y coge fuerza lo importante: el Amor de todo un Dios. Un Dios-Padre que se agacha para tocar y levantar al que sufre o al agobiado por circunstancias adversas, un Dios-Padre que no duda en darlo todo para nuestro Perdón incluso llegando a entregar a su propio Hijo. En ese Santuario, también puede verse la sotana que San Juan Pablo II llevaba puesta el día del atentado en 1981, como símbolo de perdón, un perdón que concedió a quién intentó matarle y que a pesar del rechazo del malhechor, le visitó en la cárcel y provocó un encuentro de reconciliación.
Estamos en plena Feria y son días de encuentros, de comidas, risas, bailes… El Paseo de la Feria y los Redondeles se convierten en auténticas mareas de gente, aún así, es muy fácil coincidir con amigos o compañeros que llevas tiempo sin ver y un apretón de manos, un par de besos o un abrazo se transforman en un: “¡te he echado de menos!” o un “¿Cómo estás?”. Pequeños encuentros que por qué no pueden ser también momentos de expresar un “perdóname” y de regalar un “ya está olvidado”.
Podemos concluir compartiendo esta frase del Papa sobre la Misericordia, sacada de la Misericordiae vultus y que va muy relacionada con la parábola del Hijo Pródigo: “no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo […] Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón”.
Y como las tres parábolas terminan en Fiesta porque se encuentra lo que tan ansiosamente se buscaba, también nos invitan a vivir en esa permanente alegría de ser instrumentos de su Misericordia para los demás. ¡Llamemos a nuestros amigos y compartamos la invitación a la “Fiesta del Perdón”!.
¡Feliz Domingo! ¡Feliz Feria!
Remedios Egido Herreros