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14 de septiembre de 2019
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Este domingo continuamos con la lectura del Evangelio de Lucas. Nos encontramos prácticamente en la sección “central” de este relato evangélico, en ese camino de subida a Jerusalén donde va a acontecer la pasión-muerte-resurrección de Jesús, y que Lucas aprovecha para transmitirnos las enseñanzas fundamentales de aquel que quiere seguir los pasos de Jesús.
Después de plantearnos con toda claridad que ser cristiano conlleva una renuncia (mensaje del domingo pasado), el comienzo de este capítulo 15 lo constituyen las parábolas de la misericordia: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo perdido.
No voy a recordar que el concepto “misericordia” es una de las actitudes fundamentales de este relato evangélico ni voy a teorizar, en estas pocas líneas, sobre este aspecto. Solo quiero compartir con ustedes lo que a mí me sugiere la lectura del evangelio de este domingo a partir de una experiencia concreta de mi vida.
Tengo que decirles, que últimamente se me olvidan muchas cosas. El consuelo que me queda, es que cuando hablo con otros compañeros también les pasa algo parecido. Posiblemente, porque vamos muy deprisa en esta sociedad que vive a un ritmo tan vertiginoso, queremos abarcar demasiadas cosas, a veces, porque se nos urge a ello… y esto nos pasa factura.
Hace unos meses utilicé las tijeras que habitualmente tengo en el despacho para cortar y repartir unos papeles en una reunión, pero sin saber cómo ni por qué, al terminar, no sé dónde puse las dichosas tijeras. La verdad, es que cuando me pasa algo de esto, remuevo Roma con Santiago hasta que logro encontrar el objeto perdido, pero ocurrió en uno de esas épocas donde el tiempo es tu mayor enemigo, y después de buscar por todas partes, decidí comprar otras, dando a las primeras por perdidas.
Sin embargo, de vez en cuando me sorprendo a mí mismo, intentando buscar esas “tijeras perdidas”… Se pueden preguntar los lectores qué tiene que ver el evangelio de este domingo con las tijeras, y voy a intentar explicarlo.
Creo que no sea casualidad que Lucas ponga dos parábolas que hablan de cosas perdidas (una oveja, una moneda). Posiblemente, el corazón del hombre no haya cambiado tanto aunque digamos que sí: seguimos dándole mucha importancia a “nuestras cosas”. Cuando las perdemos, intentamos por todos los medios buscarlas, nos resistimos a quedarnos sin esas cosas, que, poco a poco, se han ido colando en nuestras vidas hasta formar parte de nosotros: les hemos dado nuestro corazón.
Sin embargo, con las personas no nos ocurre igual. Qué pocas veces nos ponemos a buscar con el mismo ahínco, con la misma dedicación y entrega a aquellas personas que un día fueron parte de nuestra vidas, y que, por una cosa u otra, hemos perdido. Aquellos amigos con los que compartimos experiencias, aquellos familiares que fueron compañeros de juegos y confidencias, aquel compañero de trabajo que tanto me ayudó…
¿No deberíamos pensar un poco en ello?
Decía que no es casualidad: Lucas nos presenta dos cosas diferentes para luego pasar a hablarnos de una persona, un hijo (o unos hijos) que se pierde en los caminos de las “cosas” del mundo. Y la actitud del padre, de la mujer y del pastor es siempre la misma. Es la actitud de un Dios que no se cansa de buscar, que siempre espera la vuelta del otro, que hace todo lo que está en su mano por recuperar aquello que había perdido y que sale a los caminos de la vida para atisbar allá, en el lejano horizonte, la desdibujada figura de aquel que forma parte de su vida: tú y yo.
Las dos primeras parábolas sirven como introducción y preparación para la última, donde cada uno de nosotros somos partícipes. Se trata de una historia abierta donde no sabemos lo que pasaría al final. Somos cada uno de nosotros los que tenemos la respuesta, los que decidimos lanzarnos o no a los brazos de un Padre que sigue esperándonos, porque somos esos hijos que nos hemos perdido, dejándonos enredar entre las mil y una cosas que, aparentemente, “llenan” nuestro corazón y nuestra vida.
¡Cuánto podríamos aprender de la actitud del Dios-Padre de Jesús: apasionados buscadores de aquel que se ha perdido, o hemos perdido, o incluso nosotros mismos, perdidos en un mundo donde las cosas ocupan un lugar que no les corresponde, donde el ser humano ha olvidado la razón de su ser al perder a Aquel capaz de dar sentido a lo que somos y estamos llamados a ser!
Feliz Domingo.
Francisco Javier Valero Picazo
Párroco de San Blas de Villarrobledo