|
3 de septiembre de 2016
|
248
Visitas: 248
Mucha gente acompañaba a Jesús…
Mientras pensaba en el evangelio de hoy, como siempre, extraordinario y sorprendente, me detengo un momento en la plaza de mi ciudad. ¿Qué veo? A un grupo de colegiales correteando con una pelota de fútbol; a un artista callejero que intenta atraer la atención de la multitud; a mamás empujando cochecitos con una mano y el móvil en la otra; a un sacerdote que se apresura para ir a una reunión y que se acerca a saludar a algunos conocidos; a la clientela bajo los toldos de los cafés; a pequeños dioses, cabalgando en bicicleta entre la multitud que rompían la paz de los más pequeños. Toda la vida está aquí, como lo ha estado siempre. Lugar de reunión o teatro al aire libre de la vida: esa es la naturaleza de mi plaza, como cualquier plaza de cualquier ciudad.
También hoy Jesús, en medio de la multitud, en la plaza de la ciudad, llama a todos los cristianos a seguirle, a ser sus discípulos. La petición de Jesús a ser seguido es el encuentro de Jesús con personas concretas. ¿También hoy? ¿Y qué decir de una comunidad en la que no le surgen seguidores de Jesús? ¿En qué andará ocupada una comunidad cristiana que deja indiferentes a cuantos oyen la llamada?
Los primeros discípulos eran hombres sin historia hasta que se encontraron con Jesús; andaban metidos de lleno en tareas normales. Jesús no llama a personas ociosas, que no saben qué hacer en su vida.
Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío…
¿Qué es necesario para ser discípulo de Jesús? Abandonarlo todo, libertad absoluta, pobreza… aparentemente todo es negativo; pero en realidad es todo lo contrario. Se necesita un vacío para ser llenado por el amor de Cristo. Jesús debe ocupar el primer puesto en el corazón del hombre.
El ser cristiano implica una tremenda exigencia, vivir una nueva existencia, donde están presentes las persecuciones, el dolor, la cruz…
Ser discípulo de Jesús exige una preparación intensa que va más allá del que va a construir una casa o comenzar una guerra, pues ellos se preguntarán por sus posesiones o posibilidades… en cambio el cristiano, para seguir a Cristo se debe preguntar: ¿cuánto me falta para no poseer nada? Para seguir a Cristo la única exigencia es la renuncia y la entrega total al servicio del Reino.
Es él, quien llama: pasa, ve, habla y es obedecido al instante. Es él quien ha puesto su mirada silenciosa en el discípulo. Y es el Reino, la causa que anima a Jesús.
El seguimiento es consecuencia de una llamada personal. Estará con Jesús quien marche en pos suya y cargue con su cruz.
El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío…
Son las condiciones para ser sus discípulos. ¿Son demasiado duras esas exigencias? ¿Son realizables? Sí, lo son, si de verdad nos hemos encontrado con él como el Señor, pues sólo el amor de Dios puede liberar el corazón humano.
Los primeros apóstoles nos dan una hermosa lección de obediencia a la llamada vocacional: «sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, le siguieron».
Como ellos, hombres y mujeres, también hoy, al oír la llamada de Cristo, responden «aquí estoy, mándame», y dedican sus mejores años y energías a la difusión del Evangelio, a dar testimonio de la verdad fundamental de nuestra fe: Cristo ha muerto por nosotros y ha resucitado y está vivo y está presente en nuestra vida. Esta es la tarea más apasionante.
Teresa de Calcuta, fiel testimonio de los que siguen a Jesús.
Hoy la Iglesia se viste de fiesta, porque Teresa de Calcuta es canonizada. Mujer sencilla, humilde, discípula de Cristo y testimonio de la misericordia de Dios hacia los pobres más pobres.
Hoy es subida a los altares Teresa de Calcuta, la mujer que supo bajar a la plaza y a las calles de la vida, acogiendo a los enfermos de sida, de lepra, a los moribundos sin techo, a los niños sin hogar… Ella reconoció a Jesús como el Señor de nuestra vida que no agota la capacidad de amar del corazón humano, sino que le libera para amar a todos con mayor ternura.
Hoy el evangelio nos plantea este gran dilema: o seguir a Jesús, dándole un sentido nuevo, pleno a nuestra vida o seguir a la muchedumbre que no sabe dónde camina, ni qué representa en el teatro de la plaza de mi ciudad, como el artista que quiere llamar la atención, como las mamás con el móvil en la otra mano, como el chaval que corre tras el balón, imitando a su ídolo… llenando la plaza, pero sin Dios.
Joaquín Herrera Macia
Diácono Permanente de Ntra. Sra. de Fátima