Mª José Alfaro Medina

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8 de septiembre de 2018

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Inmersos en plena feria en la capital, parece que estos días festivos nos sirven de bisagra para despedir el verano y comenzar el curso. Pero es importante no olvidar lo vivido, lo aprendido, lo observado y reflexionado durante el tiempo de vacaciones. 

Los meses de verano invitan más que otros a salir de los entornos cotidianos y relacionarse. Pero en realidad siempre estamos “en relación” con los demás y por eso también nos “hacemos” en relación a los otros. Cuando decimos que somos generosos, tímidos, afables, rencorosos… es porque así nos comportamos entre otras personas. Por eso es importante pararse y pensar en cuales son las actitudes que mantenemos con aquellos que nos rodean (o con aquellos que están más lejos pero que también forman parte de nuestra vida).

En la Palabra de hoy un verbo ha llamado mi atención: “le presentaron”.A diferencia de otras veces, en que la persona necesitada busca por sí mismo la ayuda, el milagro, hoy es un grupo de personas las que presentan, las que llevan,a un hombre a Jesús. ¡Que importante es no estar solo! ¡Que importante es saber que en la debilidad tienes personas a tu lado! Pero a veces, cuando la oscuridad de lo que nos entristece envuelve nuestra vida, se nos olvida pedir ayuda, y también en el quehacer diario olvidamos prestar atención e interesarnos por aquellos que nos rodean. 

Pero no sólo el preocuparnos por los demás es lo que importa. En las relaciones humanas solemos adoptar una posición entorno a alguno de estos verbos: frenar, sostener, empujar. Todos sabemos su significado, pero quizá nunca nos hayamos parado a pensar en cuál es nuestro papel y la importancia que puede tener. A veces, sin querer, nos convertimos en constructores de muros insalvables para aquellos que quieren lograr algo, o por el contrario somos motor e impulso de quien no se atreve a dar el paso. 

Y muchas, muchas veces, sin ser conscientes, somos los que sostienen, los que “están”, en las distintas situaciones de la vida. En este punto aparece otro verbo, que engloba lo anterior pero que va más allá: acompañar, caminar junto a alguien, estar cerca del otro. No es difícil encontrar testimonios en los que se experimenta estar rodeados de amigos, de familia, y sin embargo no sentirse acompañado. Todos estamos llamados a poner en práctica este verbo, porque, aunque hay personas formadas específicamente para hacerlo, todos tenemos la posibilidad de salir de nosotros mismos y hacernos cercanos al otro. Es como si la vida fuera una cueva oscura y cada uno caminara con una antorcha para saber dónde está, para saber por dónde pisa y observar el camino de los siguientes pasos a dar. ¿No estaríamos a veces cansados para sujetar esa luz? ¿No nos vendría bien que alguien la sujetara de vez en cuando? ¿No es bueno conversar con alguien para saber que no estamos solos, para pedir consejo? Pues esto es el acompañamiento, mirar al lado y saber que hay alguien a quien acudir. Y en este caso, porque hay otros, me refiero al tú a tú, creo que es la manera más fácil, o mejor dicho, menos difícil, de mirarse a uno mismo y poder compartir quién es y lo que siente con otra persona. No en vano una de las acepciones de la palabra acompañar es “participar en los sentimientos de alguien”. Eso es lo que hace hoy Jesús con el hombre que le presentan, lo apartó de la gente y se quedaron a solas. Y aunque el texto no lo dice, posiblemente le miró a los ojos y comprendió que aquel hombre no sólo necesitaba ser curado sino también necesitaba abrir su alma. 

¿Pero cómo realizar todo esto? Pues con algo tan importante como necesario, una especie de “super poder”, hace falta un quinto verbo: amar. Y no es fácil, lleva consigo mostrar lo que uno es, implicarse con el otro, ser capaz de empatizar. Pero quien lo consigue, quien se entrega de verdad, de corazón, sin un propósito escondido, es realmente feliz.  Todo se hace más fácil cuando somos capaces de amar, incluso aquello que nos parece un obstáculo, algo impensable, se vuelve accesible y lleno de sentido cuando lo hacemos o lo pensamos con amor. 

Hace unos días leía que el mayor de los milagros, aunque invisible, era la bondad. Y no sé si es el mayor de los milagros, pero sí estoy segura que puede obrar milagros. Es importante tener bondad para estar abierto a los demás, para no permanecer encerrado en uno mismo y ser capaz de vivir sabiendo todo el bien que podemos hacer. “La bondad es lo que importa, pues es el bálsamo que pone un poco de suavidad en cualquier amarga llaga”. S. Pío X.

Mª José Alfaro Medina
Licenciada en Ciencias Religiosas