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5 de septiembre de 2015
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Entre los distintos intentos de novelar la vida de Jesús, hay uno titulado “Cartas de Nicodemo”, que leí hace unos años. El autor recorre la vida de Jesús, a través de la correspondencia del personaje evangélico Nicodemo (el que acudía de noche a hablar con Jesús por miedo a los judíos) y que en la historia de esta novela busca al Maestro para pedirle la curación de su hija enferma. En una de las cartas, dirigida a su amigo Justo, le narra precisamente el milagro del Evangelio que corresponde a este domingo.
Recuerdo que Nicodemo interpreta este milagro como una muestra de que ha comenzado una decadencia de la persona de Jesús. Parece que Nicodemo se siente desilusionado por la persona de Jesús, ya que éste no puede curar al sordomudo imponiéndole simplemente las manos como se lo piden; tiene que meter los dedos en los oídos y tocarle con saliva la lengua, mientras que pronuncia una palabra: Effetá, ábrete. Jesús utiliza un gesto similar al de los métodos mágicos griegos, ya que la saliva estaba considerada en el mundo antiguo como remedio para las enfermedades de los ojos.
Este gesto de Jesús en el relato del Evangelio de hoy ha sido recogido en la liturgia bautismal de la Iglesia. Uno de los gestos o símbolos, a través de los cuales se expresaba la nueva condición del bautizado, es que el sacerdote, en otro tiempo, reproduciendo el gesto de Jesús, tocaba levemente los labios y los oídos del que se bautizaba, mientras le decía, en la misma lengua de Jesús, éffetá, ábrete, pidiendo que los oídos del niño estén abiertos para escuchar la Palabra de Dios y su lengua y sus labios se suelten para hablar de las alabanzas de nuestro Dios.
Vivimos en un mundo desbordado de palabras, de intentos de comunicación entre las personas. Nunca la humanidad ha tenido tantos medios de comunicación, pero todos sabemos que todos esos medios son muchas veces técnicas vacías que más que comunicar lo que hacen es atontarnos con mensajes continuos que no llegan a nuestro ser. Curiosamente, en la época en que las personas tenemos más medios para comunicarnos unos con otros, es cuando más se habla de incomunicación, de la dramática soledad de los seres humanos.
Algo similar nos ocurre en el plano religioso. Escuchamos muchas palabras religiosas, reflexiones sobre nuestra fe; el Papa Francisco y los Obispos nos están continuamente enviando mensajes sobre los contenidos de nuestra fe, pero caen sobre nosotros sin apenar rozar nuestro ser. Oímos mucho, nuestros oídos perciben muchos mensajes, pero escuchamos poco, porque son mensajes que nos resbalan, que apenas conectan con nuestro ser mas profundo.
Nicodemo considera que los gestos de Jesús en el relato evangélico de hoy, significaba una pérdida de su poder. Y, sin embargo, no son gestos insignificantes, sino gestos que expresan cercanía, cordialidad, compartir el mal que aqueja a las personas. Porque Jesús ha compartido el destino de las personas, siendo una de ellas. Jesús no es nunca el mago prestidigitador, que cura a los enfermos por una fuerza especial; Jesús se acerca al ser humano, le toca o se deja tocar por él, siente ternura y compasión, de la que tanto habla el Papa Francisco, ante el sufrimiento humano, moviliza las energías presentes en todo ser humano, de tal modo que con frecuencia acaba diciendo: es tu fe, no mi fuerza, la que te ha curado.
¿Nos acercamos así a las personas?…Una frase ya tópica es decir: “no me cuentes tu vida”. Y quizá tranquilizamos nuestra conciencia dando un donativo más o menos generoso. ¿Con cuántas personas compartimos sus miedos, sus angustias, sus alegrías….su soledad? En nuestras conversaciones, ¿somos personas que escuchamos, o que luchamos por coger la palabra para contar nuestras propias “batallas”, porque las de los otros no nos interesan?
Y algo similar nos ocurre en nuestra incomunicación ante la Palabra de Dios. ¿Habéis hecho alguna vez la prueba de leer despacio, incluso escribiendo, las palabras de la Biblia? Intentadlo: veréis cómo encontráis una plenitud de sentidos, en frases oídas muchas veces, pero escuchadas, saboreadas muy raramente. Decía San Ignacio de Loyola que lo importante no era leer mucho, sino gustar interiormente… ¿Leemos así la palabra de Dios?
El rito bautismal del Effetá no es una reliquia venerable de la liturgia de otro tiempo. Es una exigencia de nuestra fe: necesitamos que Dios nos abra los oídos, para que sepamos escuchar las voces de Dios y de las personas. Sólo éste es el camino para que nuestros labios sepan decir a Dios y a los hermanos la palabra idónea en un mundo desbordado por palabras, pero vacío de comunicación….
Marino Carcelén Gandía
Párroco de Jorquera