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7 de septiembre de 2019
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Calcular es un arte. Y una ciencia. Y una profunda sabiduría que define a la persona prudente.
Cuando vimos en televisión, en 1992 en Barcelona, lo bien que había “calculado” el arquero la distancia y la trayectoria de su flecha para encender la llama olímpica, todos nos quedamos admirados de su arte. Cuando comprendimos, los aficionados al ciclismo, que el inigualable y gran Miguel Indurain, frente a nuestro nerviosismo, había “calculado” al detalle que, ganadas las etapas contrarreloj, le sobraba para ganar las carreras ciclistas, nos dimos cuenta de su arte, su ciencia y su sabiduría ciclista. Es importante, por tanto, calcular.
Hay lugares en el evangelio en los que Jesús condena al calculador. ¿Os acordáis de aquel hombre que “abarrotó sus graneros de cosecha” y calculó que allá tenía bienes suficientes para “tumbarse a comer, beber y darse buena vida”? Pues, calculó mal. Lo dijo Jesús. Y lo mismo dijo de aquel administrador que “calculó” que, rebajando los albaranes de los deudores, podría “ganarse amigos para el día de mañana”.
Pero veamos ahora la otra cara. En el evangelio de hoy nos dice Jesús que “si uno quiere construir una torre, debe sentarse primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla”. Y, del mismo modo, deberá proceder un rey que emprenda una batalla. “Ha de calcular si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil”. Hay cálculos, por lo tanto, buenos y absolutamente necesarios.
Y aquí es justamente donde Jesús llegaba al meollo de su discurso. Ser seguidor suyo no es cosa de improvisación y de “¡Ancha es Castilla!”. El seguidor de Cristo es alguien que “tiene que construir una torre” y tiene que “emprender una batalla”. Para ello, es menester “ponerse a calcular”. Y lo primero que verá claro en ese “cálculo” es que tendrá que desprenderse, o al menos relativizar, todo aquello que, en un momento, puede entorpecer sus pasos de caminante-seguidor de Cristo.
Lo dijo Él mismo bien claramente: “Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos…no puede ser discípulo mío”. Y “quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío”.
El gran error del cálculo, por lo tanto, que se suele colar en nuestras cuentas es ése: que solemos empeñarnos en compaginar la cruz con el placer; que mezclamos alegre e irresponsablemente “seguimiento de Cristo” con “seguimiento del mundo”; queremos “construir una torre”, tomar un pincho en la Feria, degustar un “Miguelito” de La Roda sin privarnos de nada; que soñamos en “ganar una batalla y todas las batallas” sin bajarnos de la noria.
Y no, amigos. Ahora que estamos comenzando la Feria y un nuevo curso y todos volvemos a replantearnos nuestros pasos de seguidores de Jesús y comprobar la solidez de nuestra andadura cristiana, tendremos que recordar las últimas palabras del evangelio de hoy: “Todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”.
Preferir todos los bienes del mundo a Jesús es un lamentable error de cálculo.
Y disfrutemos amigos lectores de La Feria de Albacete, en honor a nuestra querida Santísima Virgen de los Llanos, calculando bien nuestras fuerzas y nuestros bolsillos para poder remontar con desahogo, como Miguel Indurain, la “cuesta de septiembre”.
Marino Carcelén Gandía.
Párroco de La Gineta.