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31 de agosto de 2019
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Es curiosa la relación de este texto con uno de los versículos del “Magnificat”, uno de los cantos más bellos y significativos del Evangelio y que también aparece en el evangelio de Lucas: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes (Lc 1,51-52). Los dos textos aparecen en este evangelio, por algo será.
En el mundo clásico, en la época de Jesús, era muy importante el lugar que se ocupaba en la mesa a la hora de hacer una celebración ya que ese puesto indicaba la posición social, el status, la importancia del que lo detentaba. Era una manera de reconocer públicamente el honor, la importancia económica y social de cada miembro de la celebración. Buscar los primeros puestos, ser reconocido socialmente, recibir las alabanzas de otros públicamente era algo que estaba muy bien visto ya que indicaba la bendición de Dios sobre ti y sobre tu casa (la famosa teología de la retribución: si te van bien las cosas en la vida y eres admirado, querido y envidiado por los demás es que Dios te está bendiciendo). Al contrario, si te iban mal las cosas, si no habías “tenido suerte” en la vida, si eras pobre, estabas enfermo o tenías algún tipo de problema que te impedía sacar adelante tu vida y la de tu familia y prosperar significaba que algo habías hecho para enfadar a Dios, habías pecado tú, o tus padres, o los padres de tus padres…
Jesús rompió, hizo añicos por completo, este concepto vital. Hasta el punto de que, ahora se buscan los últimos puestos en la iglesia, se va el último a comulgar…, para demostrar nuestra devoción y nuestra humildad (a veces con un poco, o un mucho de hipocresía, por cierto). Lo que Jesús afirma en su momento no es tan obvio como nos puede parecer a nosotros unos veinte siglos después. Jesús nos está diciendo otra vez (y no son pocas las veces que aparece en los evangelios) que su Padre, Dios, y que él en su nombre, planean un mundo, un modelo de vida diametralmente opuesto a la forma de vivir de aquella época y de la nuestra: quien se enaltece será humillado, el que se humilla será enaltecido. Los pobres, los enfermos, las personas con capacidades diferentes, los ancianos, los forasteros, los encarcelados, los y las que sufren la violencia…, serán enaltecidos. Los que se engríen, los que se enaltecen, se “chulean” de su posición y de lo importante que parecen ante la sociedad, como pavos reales que abren sus plumas multicolores para que todos los admiren y envidien, todos éstos, llegará el momento que, tanto más alto suban, más grande será su caída.
Estamos acostumbrados a este tipo de expresiones por parte de Jesús, a veces tan acostumbrados que parecemos anestesiados ante lo que realmente supusieron y suponen. Jesús plantea un mundo al revés, un giro de 180 grados en nuestras vidas, en nuestras relaciones, en las estructuras sociales; un mundo “patas arriba”. Podríamos apurar, arriesgarnos, diciendo que Jesús es un auténtico subversivo, pacífico pero subversivo, porque subvierte toda la manera de vivir a la que estamos acostumbrados. Invierte completamente los términos, cambia por completo los papeles en este teatro de nuestra vida. Un evangelio para temblar si te sientes cómodo con tu vida, un auténtico mensaje de esperanza para todos aquellos que están en los márgenes de la sociedad.
Ahora, por favor, no se me vayan a los últimos bancos de la iglesia dejando los primeros vacíos, que estamos en comunidad y tenemos que estar “juntitos”. Tampoco hace falta ponerse en la cola más larga del supermercado. Quizás lo que sí haga falta sea ceder el sitio en el bus a las personas mayores, dar prioridad en nuestras acciones a aquellos que peor lo están pasando, cuidar con cariño y delicadeza a las personas enfermas y mayores, escucharlas, darles voz, darles la posibilidad de expresarse con libertad y con significatividad en nuestra sociedad, acoger con hospitalidad a los extranjeros (extranjeros pobres se entiende, a los extranjeros que vienen a invertir su fortuna en casas de lujo en la Costa del sol y en la Moraleja ya los recibimos con los brazos abiertos).
En esas andamos; intentar ser humildes. Ser humilde no significa arrastrarnos, denigrarnos, significa si acaso abajarnos para estar a nivel de… En definitiva, humildad significa andar en verdad, como decía Santa Teresa; andar en verdad contigo mismo y con los que te rodean, entendiendo, comprendiendo desde lo más hondo de tu ser que Dios es un padre/madre lleno de loca ternura, que te quiere con locura, exactamente igual que quiere a todos los que te rodean. Y si Dios es tu Padre y es padre de todos, andar en verdad significa entender que todos somos hermanos, hijos e hijas de un mismo Padre misericordioso.
Antonio Manuel Tomás Pérez.
Diácono Permanente