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24 de agosto de 2019

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Hoy contemplamos a Jesús por caminos diversos, enseñando a gentes de muy diversa condición. La experiencia nos dice que no siempre un consejo o exhortación cala en todas las personas. Sólo cuando una persona abre, no sólo el oído, sino también el corazón, es cuando verdaderamente nos transformamos.

Siempre nos transformaremos, cuando tengamos claro cual es el sentido de nuestra marcha, el camino de nuestra vida. Jesús tiene claro su camino; un camino de exigencia y de entrega que le lleva a dar la vida, sin dejar ninguna tregua a la mediocridad.

Todos nosotros buscamos seguridades en nuestra existencia. Buscamos hacernos un “hueco” en este mundo, donde nos sentimos impulsados a realizarnos como personas en el sentido más amplio de la palabra, es decir, en una plenitud de vida y felicidad. Pero no siempre es el camino mejor, el más humano, y por extensión el mas humano; suele ser buscando la ley del “mínimo esfuerzo”; incluso como cristianos no siempre hemos dado el testimonio adecuado, renunciando en no pocas ocasiones a la ley de “máximos” a la que por vocación estamos llamados; queriendo pasar por ese camino ancho de la mediocridad, buscando acomodarnos y solo captando la realidad que nos afecta personalmente, sin pensar que nuestras opciones a la hora de actuar y pensar podrían ser el fermento de hacer avanzar nuestra sociedad y entorno, aportando desde nuestra óptica cristiana esa sal y levadura que ha dado tantos valores a nuestra cultura occidental. A nivel laboral o de estudios, en casa o en el grupo de amigos, cada uno donde se encuentre, decidirse a ser camino hacia ese reino que ya esta en medio de nosotros sin otro puente que el amor que se nos ha dado primero.

No hay otro camino, que el camino estrecho, que para nosotros es el “camino ancho” de la ley de máximos, no mirándonos a nosotros mismos, sino abrirnos a lo universal, a los otros. Este es el camino, no un camino que nos llena de miedo, tomado como obligación para quedar bien ante los demás; o diciendo o haciendo lo que otros quieran que hagamos o digamos, al modo del cumplimiento de la ley al estilo fariseo.

La ley de máximos, que no es una ley que actúa al azar o de forma irracional o ideológica, sino que se inserta en la práctica del mandamiento del amor, atravesada por ocho puertas, las puertas de las bienaventuranzas, con la mirada puesta en Jesús, el único que salva, que nos hace felices siempre y que plenifica: Ser pobre de espíritu, desde la mansedumbre, desde el acompañamiento a los afligidos, desde la atención a los hambrientos y sedientos, como limpios de corazón y constructores de paz, y ofreciendo el perdón a los perseguidores. Sí tomando Él la iniciativa, somos capaces de ponernos en marcha (no se puede atravesar una puerta, si no nos levantamos y caminamos), así solo así podremos ser transformadores y creativos. No basta haber escuchado sus enseñanzas, haber participado de la oración, del culto o haber hablado mucho, o haber hecho muchos gestos. De hecho, muchas veces no somos personas integras en muchas ocasiones. A modo de ejemplo, podemos ser coherentes en un aspecto de nuestra fe y en el otro no, o podemos ser sensibles para descubrir a Dios en la naturaleza y trabajar por conservarla y al mismo tiempo descuidar el valor de las personas y de la vida humana.

Para Jesús, lo importante, no es el número por así decir, sino la calidad de la conversión, del corazón, y, por tanto y como consecuencia, el compromiso por el Reino, ni tampoco los títulos, ni las adhesiones a un grupo, o reivindicarnos a nosotros mismos. Se nos invita a una Iglesia en salida como dirá el papa francisco, pero no como un eslogan, ni una búsqueda de nosotros, sino del otro. Esta es la puerta estrecha por la que, desde el estudio, desde una carrera, el trabajo social o la acción social podremos “salvarnos”, ser felices aquí y en la presencia de Dios, sin olvidar la base de nuestro sentido y camino que es Jesucristo.

Cuantos huecos hemos dejado en nuestra Iglesia, por haber olvidado ese camino estrecho. No todos optamos por ello, pero cuantas veces esos huecos han sido llenados por aquellos que de “oriente y occidente” han venido a ocupar ese lugar. Muchos alejados, de la fe que nos han dado ejemplo y otros que siendo “de fuera” y sorteando numerosas dificultades para abrirse camino, han sido un prototipo de superación, desde lo humano y desde la fe. ¿mis objetivos son claros o me dejo llevar por el viento del momento? Cabe preguntarnos ¿cuál es mi puerta estrecha?

Amando Hergueta Orea
Párroco de Mahora