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22 de agosto de 2015

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La preocupación de Jesús por salvar al hombre llega a extremos “escandalosos”.  Quienes lo escuchan sin fe, no comprenden lo que está en juego.

Habla de darse, de llenar al hombre, dar su Cuerpo y Sangre que son verdadera comida y bebida. Nos habla de la Eucaristía, de la Misa.

Seguramente, tú que estás leyendo éstas letras, oyes a menudo las campanas  que tocan a Misa en alguna Iglesia cercana. Esas campanas te llaman a alimentarte, a salvarte, a recuperar la paz en tu vida, a hacerte feliz, a dar sentido a lo que eres y haces… ¿No te lo crees?  Entonces eres como  alguno de aquellos de los que nos habla el evangelio de hoy y  que trataban con Jesús.

Si te lo crees y hace mucho que no atiendes la llamada de las campanas, inténtalo de nuevo. Allí te espera este Jesús que quiere dirigirte “Palabras de vida eterna”. ¡Cuánta falta nos hacen hoy estas palabras! En esta sociedad de lo inmediato, de lo cómodo y superficial, una voz quiere dar soluciones de amor para curar las heridas de hoy mismo y llevarnos al mañana que nunca acaba. El mismo Cristo se ofrece a diario para salvarte… ¿vas a despreciar tan inmerecido regalo?

Pedro y otros lo siguen hasta casi el final de su vida. En el momento de la crisis que hoy nos presenta el Evangelio, tras la marcha de muchos, se produce la inevitable pregunta   ¿También vosotros queréis marcharos? ¿También queréis abandonarme? ¿Tampoco me creéis?…

La respuesta brota del corazón de Pedro,  fruto del amor, de la amistad y la experiencia de quien se ha encontrado con la “VERDAD” .

Bien decía San Juan Pablo II: “En la pregunta de Pedro: «¿A quién vamos a acudir?» está ya la respuesta sobre el camino que se debe recorrer. Es el camino que lleva a Cristo. Y el divino Maestro es accesible personalmente; en efecto, está presente sobre el altar en la realidad de su cuerpo y de su sangre. En el sacrificio eucarístico podemos entrar en contacto, de un modo misterioso pero real, con su persona, acudiendo a la fuente inagotable de su vida de Resucitado

De ahí la importancia de la participación en la Misa, especialmente la dominical. El domingo ha pasado de ser el día del Señor, al día del chándal, de la resaca y del descanso del cuerpo sin prestar atención al alma.

Los templos son ahora los centros comerciales, con altares repletos de ropa y objetos que sólo pueden ser nuestros a través del dios dinero.

Recuerdo mi etapa de monaguillo con los P.P. Escolapios. El enorme templo de ladrillo cara vista se quedaba pequeño para albergar a familias completas. Aquellos padres hacían el esfuerzo de despertar a sus hijos, aunque fuera domingo, de asearlos y vestirlos con las mejores ropas aunque fuera domingo, de llevarlos a la iglesia donde escucharían “Palabras de Vida eterna”…

Hoy es difícil escucharlas: apenas se oyen en la televisión, ni en Internet, y muy pocos son los medios de comunicación, (Gracias, Tribuna de Albacete) que ofrecen un espacio para estos menesteres.

Aquellos niños que acudían con sus padres a Misa, escucharon “Palabras de Vida eterna” que brotaban del Evangelio:  Amar a Dios y a los demás, honrar a los padres, respetar la vida, los bienes de los otros, no mentir, ayudar al pobre, hacerse humildes, cuidar la casa que Dios nos ha ofrecido …. tantas y tantas cosas que hoy no se enseñan. Y si no se aprenden, no podemos extrañarnos de determinados comportamientos e ideas de la sociedad actual.

Siempre me ha llamado la atención esos padres que aseguran que quieren educar a sus hijos en libertad y quieren que sean ellos quienes elijan su religión cuando sean mayores, sin embargo los bombardean con actividades sobre las cuales ni han preguntado a los niños. Les importa que sean buenos futbolistas, pero no saben si sus hijos entienden el deporte como actividad sana o como una competición que hay que ganar caiga quien caiga. Quieren que su niña sea la mejor bailarían, pero quizás han olvidado enseñarle que debe respetar y ayudar a sus compañeras de clase, especialmente a las más torpes…

Me preocupa y asumo la parte de culpa que podemos tener los sacerdotes, catequistas y demás agentes de pastoral  por determinados comportamientos que han escandalizado y que son fruto de la miseria humana que también nosotros sufrimos. Me preocupa que no hayamos sabido trasmitir las palabras de Vida eterna. Somos nada más que eso… agentes, no somos la Palabra, ni mucho menos Dios. Nos duele la injusticia y el grave perjuicio que supone para la humanidad que estas palabras se silencien. Es como si un hijo, por haber reñido con un hermano, nunca más hubiera querido escuchar a su propio padre. Es injusto y perjudicial.

Ser católico no es una mancha, y aunque serlo no asegura el no pecar y equivocarnos, supone al menos conocer esas “Palabras de Vida eterna” y la lucha por hacerlas realidad en nosotros.

Que así sea.

José Valtueña Gregorio
Párroco de Peñas de San Pedro, Sahúco y Ayna.