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20 de agosto de 2016
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Hay días que cuando camino solo por la ciudad, pienso y me digo: “queda mucho que hacer y mucho que enseñar” y recuerdo al eterno peregrino y como en su camino iba enseñando, hablaba a todo el mundo que se cruzaba con Él. No puede dejar a nadie sin la posibilidad de escucharle, les abre su corazón y les da esperanza. Y a mí ¡cuánto me cuesta abrir mi corazón!, gritar » escuchar, amigos, y participar del banquete de la salvación, la mesa está puesta, y en él se acoge a todo aquel que quiera acercarse». Pero callo y sigo andando.
Miro al Misionero incansable, que no deja de acercarse al hombre de todos los tiempos y va sembrando su palabra para que pueda germinar y hacerse fuerte en el interior de cada uno, y pienso que «algunas veces vemos más por el corazón que por los propios ojos», así que ponemos nuestro corazón en escucha, y a través de la palabra dar vida en abundancia. Nadie puede ni podrá apartarlo de su misión, nadie lo podrá apartar de su camino. Pero callo y sigo andando.
Aunque el camino es largo y a veces escabroso, el peregrino invita a conversar y a preguntar, no rehúsa las preguntas y para todas tiene una respuesta, pero a veces sus respuestas no son un regalo para los oídos, son todo lo contrario, no son agradables, nos incomodan, pero Él no deja de mostrar la buena noticia sin tapujos, lo que es, es, y no hay vuelta de hoja. Y entre vaivenes, subidas y bajadas del camino, salta la gran pregunta «Señor, ¿serán pocos los que se salven?». Todos expectantes, porque está si es una pregunta trascendental, esta sí que me preocupa a mí, está en juego saber quien se salvará, ¿serán muchos?, ¿serán pocos?, ¿estaré yo incluido? Es lo que cada uno de nosotros nos preguntamos ¿me salvaré? Sigo con Él, pero callo y sigo andando.
La pregunta está en el aire, una vez más como en tantas otras ocasiones, el Misionero incansable, nos pone a pensar, no da una respuesta directa, no da cifras, no le interesan los números ni las estadísticas, eso es cosa de hombres. Por Él todos los hombres podrán salvarse. Y sin quedarle otra, nos dice «esforzados en entrar por la puerta estrecha». Pero qué significa entrar por «la puerta estrecha”, es qué es un pasaje reservado para algunos «elegidos”, no, no y no, rotundamente ¡no!, La puerta está abierto a todos, pero es «estrecha» porque es exigente, requiere compromiso, abnegación, privación del propio egoísmo».
En mi caminar pienso: «Lo mejor de todo es que la salvación está en mis manos», el camino lo marca el evangelio que no es un camino de rosas, es un camino de esfuerzo, tesón y fidelidad. El Peregrino pide fidelidad, confianza absoluta, pide conversión. La salvación es difícil pero el Señor promete misericordia, bondad y amor, ya que el amor es la salvación misma. Pero callo y sigo andando
Sigo andando y pensando que no vale sólo decir “soy cristiano”. Nadie se salva de “boquilla”, o por enchufe, buscando el «aprobado general» algo muy común en los tiempos que corren. Hay una muy buena noticia para los no muy buenos estudiantes, en esta asignatura si está permitido copiar, copiar de Jesús, copiar su vida y seguir su palabra. Para Dios no hay recomendaciones que valgan, la salvación es un proceso que se va trabajando día a día, con Él a nuestro lado, pero respetando nuestra libertad. Y me doy cuenta que la salvación tiene como el eje que la conduce el espíritu de las bienaventuranzas, y sus criterios de evaluación son bien conocidos: «me diste de comer, me diste de beber, me recogiste, me vestiste, me visitaste…». Pero callo y sigo andando.
Y en el paso a paso de mi camino me voy dando cuenta que nada está ganado y nada está perdido, todo es un caminar, no puedo dormirme en los laureles. La mesa del gran banquete del Reino está puesta, pero cuidado, en esta competición «hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos” seguro que todos pasamos por la misma puerta, es nuestro examen diario, y la nota no las vamos ganando día a día, el momento decisivo no será el examen final, la evaluación es continua, es mi vivir diario, es mi día a día. El examen será el mismo para todos. Como dijo San Juan de la Cruz: «Al atardecer de la vida nos examinarán del amor». Entiendo. Pero callo y sigo andando.
Miguel Fajardo Valenciano
Diácono Permanente de Ntra. Sra. de Las Angustias/Director del COF