José Luis Cañavate Martínez, CM

|

25 de agosto de 2018

|

201

Visitas: 201

Cuenta un misionero paúl que un día se le ocurrió preguntar “Dónde estaba Dios” a Jon, un pobre hombre ciego conocido en las calles de Donostia. El bueno de Jon le contestó, señalando hacia la izquierda que, si él iba hacia allí, Dios allí estaba y lo mismo indicó si él se movía en cualquier otra dirección. Y es que Dios se encuentra en todas partes: en las vacaciones familiares, en el trabajo caluroso de estos meses de verano, en las charlas entre amigos en alguna terraza de algún bar o, simplemente, en la soledad de una noche veraniega frente al televisor. Sin embargo, la presencia de Dios no agobia, ni irrita, ni molesta. De hecho, en la mayoría de ocasiones, no se nota esa presencia, porque Dios actúa desde el silencio, la paciencia, la caricia misericordiosa y el respeto a la libertad que Él mismo ha infundido en la persona humana. 

Esa libertad es la que lleva al mismo Dios al riesgo de que el ser humano le responda con una negativa a su proyecto de amor. Además, el riesgo es aún mayor cuando la pregunta viene dada por aquellos que han sido enviados para trasmitir el mensaje divino. Así lo hace Josué, líder israelita sucesor de Moisés: “Si no os parece bien servir al Señor, escoged a quién servir (Jo. 24,15)”; y el propio Jesús se lo dice a los apóstoles: “¿También vosotros queréis marcharos? (Jn. 6,67)”. 

Las respuestas que se reciben en los dos textos son positivas. En el primero todo el pueblo de Israel manifiesta su acto de fe en Yahvé su Dios y Señor: “El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto, de la esclavitud; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre los pueblos por donde cruzamos. Nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios (Jo. 24,17-18)”. En el evangelio de Juan es Pedro, quien afirma: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios (Jn. 6,70)”.

Estas respuestas vienen fundadas en un encuentro, es decir, en una experiencia vital y real. La fe del Pueblo de Israel no se basa en una idea abstracta sobre un dios magnífico y triunfador o en una elucubración psicológica perfectamente hilada; la fe de los israelitas proclama que Yahvé es su único Dios debido al reconocimiento que su Dios los libró de la esclavitud de Egipto. Una liberación que realizó desde la enorme gratuidad procedente de su infinita misericordia, pues Israel no era el mejor ni el mayor pueblo de los que existían en aquella época:“No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahvé de vosotros y os ha elegido, […]; sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres, […], pues, Yahvé tu Dios es el Dios verdadero, el Dios fiel que guarda la alianza y la misericordia por siempre (Dt. 7-9)”. Del mismo modo, Pedro responde desde la experiencia de haber vivido las andanzas y predicaciones de Jesús. Un Jesús que muestra el rostro misericordioso del Padre y que ha venido para anunciar la Buena Noticia a aquellas personas que eran apartadas de Dios por concepciones culturales, políticas o religiosas (Cfr. Lc. 4,18-19). Un Jesús que se acerca a los enfermos, a las mujeres, a los pecadores, a los descartados. Un Jesús que, finalmente, entrega libremente su vida por amor debido a su ruptura con las estructuras que impiden acoger a la persona y acercarla a las manos cariñosas de Dios, sea cual sea su condición. 

Por eso, querido amigo lector, querida amiga lectora, te invito a encontrarte, o reencontrarte, con el Dios de la Misericordia, de la Vida y de la Paz en la comunidad de sus seguidores: la Iglesia. Ese Dios que está presente en tu vida y te acompaña en tus dificultades; ese Dios que respeta tu libertad pero que está deseando entrar en tu vida si tú le dejas. Ese Dios que está por encima de cualquier defecto humano, incluso el que está presente en la Iglesia; ese Dios que nos invita a crear enlaces de diálogo en nuestro mundo y a ser puentes de paz y misericordia para todos los seres humanos. 

Te aseguro, que, si te encuentras con Él, por muy difícil que vengan las cosas, podrás decir como Pedro: “Adonde iremos si sólo tú tienes palabras de vida eterna”. 

Feliz fin de verano y que seáis felices. 

José Luis Cañavate Martínez, CM
Diácono Paúl