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18 de agosto de 2018
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Hace un par de semanas escuché en la radio al responsable de una ONG dedicada al rescate de vidas humanas en las aguas del Mediterráneo. El motivo de la entrevista era conocer la situación de aquellos seiscientos treinta africanos que llegaron a Valencia después de haberse negado Italia a recibirlos. El gobierno español les concedió entonces un permiso de entrada de cuarenta y cinco días por motivos humanitarios que expiraba ese mismo día de la entrevista. Preguntado por el periodista, el responsable contestó que no sabía absolutamente nada de ninguno de ellos, porque su misión consistía únicamente en recogerlos en alta mar y llevarlos a puertos europeos. Una vez que pisaban puerto, su misión terminaba.
Vaya por delante mi admiración por esas ONG que intentan contra viento y marea -nunca mejor dicho- poner un poco de dignidad humana en este problema en el que Europa está actuando de un modo vergonzoso e infame. Desde luego, estos barcos rescatan, además de vidas humanas, algunos de los ideales que los europeos presumíamos hace tiempo de tener y que hoy parecen perdidos en alta mar. Sin embargo, reconozco que esa respuesta me dejó algo de desasosiego. Es ciertamente comprensible que no todos tenemos que hacer de todo, y que cualquier tarea humanitaria, por puntual que sea, es admirable. Pero en esa respuesta vi el reflejo de un tipo de compromiso, muy frecuente en nuestra sociedad, en el que los objetivos son demasiado parciales, excesivamente focalizados, cuando no simplemente puntuales. No quisiera que se entendiera esto como crítica a una ONG concreta, sino como una invitación a la reflexión dirigida a todos los que estamos implicados en cualquier trabajo solidario. Un compromiso que quiera estar a la altura de lo humano requiere totalidad, integralidad, adhesión, permanencia. Exige, utilizando las palabras de Jesús, comer la carne, beber la sangre. Así leo yo el evangelio de este Domingo: la fe, como cualquier compromiso, exige totalidad. Claro que necesitamos gestos solidarios, pero mucho más allá de gestos, nuestra sociedad necesita una solidaridad que lo inunde todo, aquella que, en un caso como este, se comprometa para que todo ser humano viva dignamente en su lugar de origen, se desvele por rescatar a los que están en peligro cuando cruzan el mar, haga hueco a los que llegan, los acompañe hasta que se sientan integrados, reciba de ellos lo mejor que tienen y celebre con alegría la fraternidad humana. Solidaridad no es hincar un diente, no es dar un bocado: es comer la carne y beber la sangre. Es evidente, repito, que no todos tenemos que hacer de todo, pero sí que tenemos que estar implicados -conectados se diría hoy- con todo.
En una cultura acostumbrada a lo fragmentado, a lo parcial y perecedero, donde nuestra vida se organiza en compartimentos estancos y aceptamos de buen grado la obsolescencia programada, Jesús nos recuerda que ser sus discípulos no puede reducirse a repetir un eslogan, a tener unas acciones o sensación puntuales, sino que exige comer su carne y beber su sangre. Comerlo quiere decir asumirlo entero y sin fisuras, y con él, asumir la humanidad doliente en su totalidad. Lo parcial y perecedero no da vida: “si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida”. Eso lo vemos en el simple trato humano: lo que da vida no es acercarse a alguien, charlar un rato con él, o compartir una parte del camino; lo que da vida es comprometerse de por vida. Con algunos a través del amor; con otros por medio de la amistad, la vecindad o el compañerismo; y con los más heridos de nuestro mundo será a través de un compromiso que asuma toda su carne, toda su sangre, esto es, su vida entera; porque cualquier ser humano es una vida entera, no un momento. Por eso, no se le puede dejar en un puerto y no volver a saber nada de él.
Sin duda, en esa respuesta que oí en la radio todos nos vemos un poco reflejados y quizás de ahí venga mi desasosiego al escucharlo. Meses después del ruido mediático, no sabemos ya nada de ellos. Bueno… Algunos sí que saben: de un modo callado hay personas y más de una organización, entre ellas me consta que Cáritas, que sí saben lo que ha sido de ellos porque están a su lado ayudando en su integración y no concluirán su misión hasta lograrlo; además, ya estaban con ellos antes de cruzar el mar luchando por condiciones de vida justa en sus países de origen. Eso sí que es comer su carne y beber su sangre. Eso sí que es hacer brillar en esta Europa vieja y cansada un poco de Vida Eterna.
Antonio Carrascosa Mendieta
Párroco de Madrigueras