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1 de agosto de 2015

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Cuantas veces nos encontramos con personas que han luchado y trabajado por conseguir una vida mejor, una vida cómoda, por alcanzar esa situación que llamamos bienestar, a la que como nuevo becerro de oro muchos sacrifican sus afanes.

Aquí lo importante es trabajar, disfrutar, tratar de conseguir, por todos los medios, esa capacidad de consumo que nos va a proporcionar comodidad, seguridad, reconocimiento social.

Inmersos en esta determinación, debemos logar ante todo nuestros objetivos; por ello vamos a estar muchas veces enfrentados a situaciones en que debemos ser competitivos, eficientes, enérgicos y eficaces. La consecución de estos propósitos tienen como finalidad salvaguardar nuestro salario o nuestros ingresos y por tanto nuestro estatus social.

Este esfuerzo nos llevará a menudo a situaciones de insolidaridad, individualismo, acaparamiento, acumulación y especulación de bienes. Trabajar así conduce a menudo a situaciones personales de perturbación, desasosiego e insatisfacción.

Esto es una realidad palpable en la actualidad en nuestro comportamiento social; y la prueba de que este estilo de vida nos lleva en muchas ocasiones al fracaso y la insatisfacción, es la gran cantidad de libros de autoayuda que podemos encontrar en las librerías, y que nos van a enseñar a tomar decisiones, a superar el desamor, a no perder el tiempo, a evitar la tristeza y el fracaso personal y profesional.

Lo cierto es que la ansiedad se apodera del hombre cuando no busca o no encuentra las razones profundas de su existencia y de la realidad en que está inmerso. Cuando se ve arrastrado por el entorno y pierde la dimensión esencial de sí mismo.

Y ¿Dios? Ya no hace falta ni atacarlo, simplemente lo hemos apartado de la vida, está eliminado. Ahora lo importante es el bienestar. Las otras dimensiones del hombre, aquellas que producen interrogantes sobre el propio yo y el sentido profundo de la existencia, ya no interesan.

Sin embargo, hoy su Palabra vuelve a salirnos al encuentro, ofreciendo otra alternativa. El evangelio abre hoy una nueva dimensión para aquellos que quieran verla, hay algo diferente por lo que trabajar, por lo que merece la pena ocuparse y esforzarse.

Pero ¿tiene algún interés para el hombre de hoy lo que Jesús puede ofrecernos? ¿Acaso ese pan va a resolver el hambre del mundo?

Jesús, en el relato evangélico, acaba de saciar el hambre de una muchedumbre de más de cinco mil hombres, además de mujeres y niños. Ahora esa muchedumbre le busca para hacerle rey. Lógico, con cosas como estas se van a solucionar muchos problemas de nutrición.

Pero Jesús no va por ahí, su intención es distinta, con esto que acaba de hacer quiere despertar en aquellas personas otra hambre distinta, quiere que su interés gire hacia cosas más transcendentes, algo que va dirigido al corazón del hombre, no a su estómago; y se produce el diálogo: “¿Qué señal puedes darnos? ¿Cuáles son tus obras? 

Algo se va moviendo en el corazón de aquellos hombres, aunque Jesús se refiere a otra cosa. No habla del pan que cada día hay en nuestra mesa, ni de los alimentos que nos permiten la subsistencia; El habla de un pan que “perdura hasta la vida eterna”; el habla de saciar el corazón humano, habla de calmar el hambre de paz interior que cada persona siente en lo más profundo, habla de suprimir la angustia de la soledad, habla de apaciguar el desconcierto ante las situaciones de la vida, habla de quitar nuestros miedos: miedo a creer, miedo a involucrarse, miedo al absurdo, miedo a la soledad, miedo a cambiar, miedo a perderse en un desierto interior.

Jesús ofrece el camino: creer en él, creer en su palabra, zambullirse en su fuerza liberadora, regeneradora, abrirse a la esperanza: “Yo soy el pan de vida”. Jesús habla de un pan que saciará las ansias y anhelos del hombre. 

Jesús habla de un nuevo modo de vivir, un nuevo estilo de vida. Jesús habla de experimentar algo diferente. Hoy se buscan experiencias nuevas y con mucha frecuencia altamente efímeras, experiencias que solo proporcionan un momento de satisfacción.

Por el contrario, la experiencia de seguir a Jesús, es apasionante y duradera, porque Él habla al corazón humano, habla de justicia, habla de paz, habla de esperanza, habla de misericordia, habla de equidad, habla de gratuidad.  

La oferta es apasionante, y aunque en una red social puede leerse, “puedes comunicar tu experiencia vital de encuentro con Jesús, pero pocos te creerán. Para muchos serás un loco”. Pues a pesar de ello, Jesús “danos siempre de ese pan”.

 

Carlos del Olmo Jiménez
Diácono permanente de La Roda