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23 de julio de 2016

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«Recen por mí», suele repetir el papa Francisco en sus audiencias públicas o viajes oficiales, en su cuenta de Instagram, este fue su primer mensaje.

El pontífice reveló en una entrevista concedida al diario argentino La Voz del Pueblo, publicada el domingo 24 de mayo, que siempre lo pide porque «necesita» que lo «sostenga» la oración del pueblo. «Lo necesito. Yo necesito que me sostenga la oración del pueblo. Es una necesidad interior, tengo que estar sostenido por la oración del pueblo».

Sorprende que el Santo Padre tenga esta gran necesidad de oración, de la intercesión que nace del corazón, de aquella empatía que permite sentir el dolor del otro de la aquella compasión que puede llegar a compadecerse del que sufre y desear prestarle ayuda, incluso con el riesgo de ser inoportuno e incorrecto.  El santo Padre, necesita sentirse arropado, querido, comprendido. El santo Padre se siente el sujeto sobre las que ejercer las obras de misericordia.

Esta necesidad de sentirse necesitado es una cualidad más, de nuestro querido Papa, el necesitado se reviste de la humildad alejándose de la prepotencia del que se define como superior, como dador.

Cuando exponemos con sinceridad, nuestra necesidad crece nuestro ser más auténtico. Aquel que nos hace más humanos y nos acerca a los demás, nos permite reconocernos personas de carne y hueso, personas necesitadas también de amor, de ternura y de perdón. Y ante la necesidad del otro surge una nueva actitud la acogida, el calor de la mano tendida, el hombro que arropa en el llanto, el abrazo que invita al abandono

El evangelio de este domingo me ha llevado a recordar esta noticia y como siempre Jesús maestro en la oración, va más allá con esta parábola de un enseñarnos un método, de cómo, o donde o cuando, y nos explica con un magnifica pedagogía la experiencia oracional que se desarrolla no sólo en sentido dialogal entre Dios y el hombre, sino insiste además en la dimensión de la oración triangular: Dios-yo-los otros.

Los otros no son unos extraños, son el «con-migo» de la historia de la salvación. En un mundo individualista, donde surge un nuevo concepto denominado como fenómeno single, (son aquellos que viven en singular o solos, de forma independiente de su familia, tengan o no pareja o hijos, no necesitan de nadie, son autosuficientes), Jesús nos proponer la fuerza que da el sentirnos arropados, acompañados y escuchados en nuestras más íntimas necesidades.

El Papa francisco nos recuerda que “La oración preserva al hombre anónimo de tentaciones que pueden ser también las nuestras: el protagonismo por el cual todo gira a su alrededor, la indiferencia, el victimismo”. La Compasión es la pedagogía de Dios para convertirnos, para humanizarnos.

La nueva manera nueva de orar que nos propone Jesús nos descubre la importancia de la mediación y de la oración como intercesión. Ambos términos parece que son sinónimos pero hay un pequeño matiz que les diferencia. El término mediación, se aplica para la intervención entre partes iguales, y el de intercesión se produce ante un superior para obtener un bien o librar de un mal a un inferior. En ambos casos es el resultado de una acción en relación, se produce entre tres partes que tratan de encontrar un bien común.

Llevándolo a la situación política que padecemos en nuestro país. Diría que necesitamos de mediaciones, que se encamine en la búsqueda entre iguales del bien común, la necesidad del entendimiento que nos lleva a todos nosotros alcanzar un bien al que estamos llamados. Pero también necesitamos de la intercesión ante un superior, estamos necesitados de la oración individual y colectiva. Necesitamos aprender a orar, cultivar nuestra dimensión contemplativa que nos ofrecen nuevas perspectivas.

El padre nuestro, es el ejemplo de la oración expresada de manera relacionar. Mi propio bienestar depende de la que alcance mi relación con el otro, y esto no siempre es bien entendido, el nosotros es la petición que lleva a mirar como son las relaciones con el otro, con mi prójimo con mi próximo.

El “Padrenuestro” nos coloca en una perspectiva despojada de todo lenguaje   enredado que nos alejado siempre de Dios y nos sitúa en la dimensión de lo cotidiano, en el centro mismo de nuestra vida diaria. Esa dimensión es profundamente social, superadora de todo individualismo. Nos invita a levantar la mirada de lo personal y privado.

Carmen Jiménez Tejada, laica carmelita