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25 de julio de 2015

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Mucha gente iba detrás de Jesús una vez que vieron con sus propios ojos los gestos y señales que hacía. Probablemente entre ellos muchos pobres. Pobres de los que no tienen nada que perder. La pobreza de vivir a la intemperie.

El momento era la víspera de la fiesta de la pascua. Un momento importante en la historia del pueblo de Israel. Fiesta de la liberación de la esclavitud de Egipto.

En un lugar apartado de todo. Ni pueblos, ni aldeas ni campos con cultivos. Mal sitio para buscar abastecimientos.

Sin recursos. Gente sin nada de alimento y sin dinero. Incluso el salario de doscientos días de un jornalero no sería suficiente.

Un muchachillo tiene cinco panes y dos pececillos, quizás el avituallamiento que le había previsto su madre.

Los elementos del acontecimiento son de precariedad, incluida la actitud de la gente, que estaban más por curiosidad e interés que por creer a Jesús. En medio de este “escenario” Jesús se deja afectar, no es indiferente a lo que está ocurriendo, mira y ve a gente pobre que le buscan, y no porque crean, sino porque están como “ovejas sin un pastor bueno”.

Desde las entrañas de amor y compasión se obran el “milagro” o mejor dicho los milagros. El primero: un muchacho estuvo dispuesto a compartir su propio y pobre sustento. No debió hacer cálculos, simplemente diría algo así como “yo tengo esto”. El segundo: la docilidad de los Apóstoles y de la gente, que en lugar de tensionarse van escuchando y haciendo lo que sugiere Jesús. Y el tercero fue que una vez dadas las gracias por lo aportado por el muchacho, se reparte hasta que todos quedan saciados e incluso sobra más de lo ofrecido.

Explicar lo que pudo pasar materialmente, no es posible pero tampoco es fundamental. Sin embargo podemos encontrar en este hecho aspectos que nos ayuden y edifiquen como creyentes. A Dios la vida y situación de las personas le importa mucho. Dios es sensible a las situaciones vitales de las personas, especialmente a las de las desamparadas.

Dios hace posible lo imposible, desde lo poco, lo pequeño y lo impensable. Podemos hacer cálculos y pensar que lo que allí sucedió fue una grave falta de previsión, que derivó en mucha gente con hambre y muy poca cantidad de comida. Pero no es así, no fue un problema cuantitativo fue una situación y oportunidad para tomar conciencia de las cualidades de nuestro Padre. El ofrecimiento de poco, en sus manos supera lo lógico y previsto. Dios emplea la inversa proporcionalidad, porque los panes entregados (pocos para tanta gente) serán capaces de saciar. El amor oculto en la generosidad del muchacho, la confianza de los discípulos y la compasión de Jesús son las claves del milagro.

El milagro podemos meditarlo de manera recurrente, pero la Palabra de Dios nos impulsa a vivirla hoy. ¿Cómo hacer este milagro hoy? Como hijos e hijas de Dios somos reconocidos más por como actuamos que por lo que podamos decir. Es posible asumir la actitud de servidores que reparten de manera confiada, aún sin comprender muy bien. También podemos ofrecer nuestros “cinco panes y dos peces”, a sabiendas de que no es una solución. Todo esto es posible, pero también nos circundan situaciones en las que todo se calcula y mide desde el beneficio que proporcione. ¿Cuánto tienes? ¿Cuánto vale? ¿Cuánto me das? ¿Cuánto ofreces? ¿Cuánto gano yo?…

En un mundo estructuralmente injusto, donde la riqueza está mal distribuida, donde la economía se parece a una partida de “monopoli”, ¿Qué podemos mostrar desde la propuesta del Evangelio? ¿Qué postura es coherente para el Pueblo de Dios?

Debemos hacer memoria personal y tomar conciencia de que cada uno de nosotros somos parte de ese pueblo recostado al que Jesús mira con compasión y está dispuesto asaltarse las leyes de la lógica para saciarnos y no por ser especialmente buenos o malos, sino porque cuando nos ve necesitados se conmueve.

También es necesaria la renuncia de lo propio, con la candidez e inocencia del muchacho que no se lo pensó mucho. Poner al servicio de los demás lo que tenemos. Los bienes son de sus dueños, pero moralmente y evangélicamente los bienes son de los que lo necesitan de verdad. Dice el Papa Francisco: “no podemos olvidar, que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día, con consecuencias funestas”. Es asombrosa la tarea de la Iglesia en el mundo por los panes y cebadas que se ofrecen, especialmente cuando se hace de corazón y con generosidad.

Finalmente este milagro de milagros, nos infunde esperanza en el banquete de la Eucaristía. Aquél día, quedó prefigurada la verdadera y definitiva ofrenda. Jesús de una vez para siempre sería alimento entregado generosamente, sin cálculos y sin condiciones, hasta el Banquete del Reino.

Fco. Javier Molina García
P. Escolapio